Redes de abastecimiento alimentario en Chile. El barrio como lugar resiliente en tiempos de Covid19

Gonzalo Saavedra. Universidad Austral de Chile, Valdivia, Chile.

Lorena Marchant. Conversa Chile, Santiago, Chile.

Zamir Bugueño-Fuentes. Universidad de Los Lagos, Osorno, Chile.

Javiera Luco. Conversa Chile, Santiago, Chile.

Marcela Celis. Conversa Chile, Santiago, Chile.

María-Pía Torres. Universidad Católica de Temuco, Temuco, Chile.

Claudio Contreras. Universidad de Concepción, Concepción, Chile.

Diego Arahuetes. Universidad de Zaragoza, Zaragoza, España.

resumen | En este artículo presentamos los resultados de una investigación etnográfica, basada en una integración metodológica cualitativa/cuantitativa, sobre los impactos de la pandemia de Covid 19 en dos ciudades chilenas. En particular, aquellos referidos a la activación de redes alimentarias locales en sectores populares de las comunas de Peñalolén y Santiago (región Metropolitana) y Valdivia (región de Los Ríos). Recurriendo a un enfoque sustantivo y localizado de los sistemas alimentarios, se analizan los dinamismos, los alcances y los límites de dichas redes en los barrios, en tanto configuraciones socioterritoriales complejas. Nuestros datos evidencian que, en el marco de la crisis, el barrio, en sus distintas escalas, emerge como un espacio de resiliencia y resistencia creativa frente al problema del abastecimiento alimentario, revelando además un potencial de prosperidad en eventuales coyunturas similares.

 

palabras clave | redes, economía informal, vulnerabilidad.

 

abstract | In this article we present the results of an ethnographic investigation, based on a combined qualitative/quantitative design, into the impacts of the Covid 19 pandemic on two Chilean cities. We studied the activation of local food supply networks in popular areas of the comunas (districts) of Peñalolén and Santiago (Metropolitan Region) and Valdivia (Los Ríos Region). We used a substantive and localized approach to food supply networks, analyzing their dynamics, scope, and limits in the study areas, treating them as complex socio-territorial configurations. Our data show that, in the context of this crisis, the neighborhood, on different scales, emerges as a space of resilience and creative resistance in the face of food supply problems, and offers a potential for prosperity in similar events in the future.

 

keywords | networks, informal economy, vulnerability.

Recibido el 12 de diciembre de 2021, aprobado el 15 de marzo de 2022.

E-mails:: G. Saavedra, gonzalo.saavedra@uach.cl | L. Marchant, lore.marchant@gmail.com | Z. Bugueño, zamir.bugueno@ulagos.cl | J. Luco, javieraluco@gmail.com | M. Celis, carolmar.celis@gmail.com | M. Torres, ma.piatorreszamora@gmail.com | C. Contreras, ccontrerasveliz@gmail.com | D. Arahuetes, diegozoe@hotmail.com

Introducción

La crisis global desencadenada por la pandemia de Covid19 fue repentina, progresiva y de consecuencias imprevisibles. Repentina porque, más allá de las advertencias sobre los riesgos virales, ni los organismos internacionales, ni los gobiernos, ni las instituciones locales, estaban preparadas para afrontar su expansión. La anticipación de sus consecuencias ocurrió en tanto la memoria social del siglo XX nos situó en otras pandemias y sus consecuencias sanitarias y económicas. Tal vez la más publicitada fue la gripe española, que entre 1918 y 1920 mató a más de 40 millones de personas a nivel mundial. Para el escenario Covid19, a principios de 2020, los más pesimistas anticiparon una recesión mundial y, en un registro más moderado, una crisis profunda (Organización Internacional del Trabajo [OIT], 2020), incluyendo los riesgos de desabastecimiento alimentario en la región (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura & Comisión Económica para América Latina y el Caribe [FAO & CEPAL], 2020), pero en todos los casos de consecuencias inciertas, con varios puntos de retroceso del PIB per cápita, especialmente en los países en vías de desarrollo (Altamirano et al., 2020). El curso de los acontecimientos ha dejado entrever algunas de las dimensiones del problema no claras en primera instancia, como –por ejemplo– la desigualdad en el acceso a las vacunas (Vélez, 2021), la geopolítica subyacente en su trasfondo (respecto de los acuerdos comerciales con la industria farmacéutica) o las probabilidades de morir dependientes no solo de propensiones médicas, sino asociadas a factores de estratificación social y segregación espacial (Mena et al., 2021).

El escenario Covid19 presupone dos grandes crisis simultáneas: 1) Una de tipo sanitario, con millones de contagios semanales, sistemas de salud en el límite del colapso y con millones de muertos derivados de las complicaciones de la enfermedad; 2) Otra de tipo económico, con consecuencias políticas y sociales profundas. En este trabajo centramos nuestro análisis en la dimensión económica de la crisis; particularmente en sus aspectos alimentarios, bajo el supuesto de eventos críticos en cuanto al abastecimiento en los sectores más vulnerables de la población.

La investigación abarcó diversos tópicos, todos confluentes en las dinámicas familiares frente a la pandemia, en las dinámicas sociorganizacionales y en la economía del barrio en su conjunto. Esos son los ejes relacionales que estructuraron la investigación, a partir de los cuales formulamos las preguntas que articularon nuestra aproximación teórico-metodológica: ¿Cómo afecta y afectará la pandemia las economías barriales en sectores urbanos-populares en Chile? ¿Qué incidencia tiene y tendrá en el abastecimiento alimentario? ¿Cuál es el lugar de las familias en ese contexto de crisis? ¿Cuál es el lugar de las organizaciones sociales? ¿Cuál es el lugar del Estado? ¿Qué dinámicas o estrategias se podrán en marcha en las comunidades para asegurar este abastecimiento? ¿Cuál es el lugar de los sectores privados del comercio alimentario? Aunque no responderemos estas preguntas con el mismo nivel de profundidad, todas ellas orientaron y condicionaron el proceso investigativo. Conviene explicitar, a modo de supuesto, que el abastecimiento de alimentos en los sectores populares se tornó en la pandemia un objetivo fundamental, una prioridad y, por lo tanto, un forzante que favoreció el despliegue de estrategias centradas en ello.

El barrio como espacio económico y lugar de resiliencia

En esta investigación, el barrio emerge como lugar, espacio de la vida social y de la vida económica. En la idea de lugar estriba la complejidad de lo territorial; es decir, el espacio vivido (Ther, 2012) y socialmente compartido, además construido y significado (Aliste, 2010), tensionado por relaciones de poder (Bello, 2011; Raffestin, 1993); espacio donde se despliegan formas de vida, existencias cotidianas, biografías sociales, proyectos políticos, etc. Interaccionan aquí agentes estatales (como los municipios), de la actividad económica privada (comercios locales o barriales), algunas ONG y universidades y, por supuesto, las organizaciones sociales, pero también las personas en otras dinámicas de lo social (como las redes familiares extensas). Así, el barrio mostraría el complejo entramado multiescalar que caracteriza a los territorios socialmente producidos a través de la interacción continua entre discursos top-down, prácticas cotidianas bottom-up y experiencias vividas (Antonsich, 2011) operando a diversas escalas, y dándose como resultado de la interacción entre fuerzas estructurales y prácticas humanas (Marston, 2000).

Acorde con lo anterior, sostendremos que la economía es un sistema socialmente organizado y orientado a la provisión del sustento (Polanyi, 2009), con énfasis en la localización (Sanz-Cañada & Muchnik, 2016; Torres-Salcido, 2013). En este marco, las redes –de intercambio y distribución– son visibles y estructuralmente decisivas, puesto que los alimentos fluyen en distintas escalas, adoptando la expresión de un hecho social total (Carrasco, 2007; Torres-Salcido, 2018) en el sentido planteado por Mauss (2003), como hecho constitutivo de la sociedad en el triple movimiento de dar, recibir y (obligadamente) devolver. Desde esta premisa, las redes alimentarias son potencialmente solidarias, pero sobre todo son redes de intercambio, reciprocidad y distribución.

Tiene sentido, entonces, remarcar el contraste y la complementación entre un enfoque de economía sustantiva y uno de economía solidaria, donde la primera presupone que los sistemas sociales, en cualquiera de sus escalas y expresiones, despliegan e instituyen variadas formas y estrategias de provisión para la vida material, entre ellas el sustento alimentario. La segunda, en tanto, comporta modelos donde principios como el cooperativismo, el mutualismo y la autogestión adquieren una dimensión central y protagónica, al fundarse en una ética solidaria y en una racionalidad especial (podríamos decir, reproductiva), ahora como componente identitario fundamental (Razeto, 2010), situándose dichos modelos en un espacio de respuesta alternativo al binomio Estado-mercado, al margen de su correlación estructural (Bastidas-Delgado & Richer, 2001). En la idea de economía social y solidaria tiene cabida una pluralidad de expresiones institucionales, todas adscritas a los valores llamados a consolidar los comportamientos sustentados en una individualidad orientada hacia el bien común. En otros términos, esta economía “supone la emergencia de múltiples sujetos y actores (…) atendiendo a principios orientadores más que a instituciones predeterminadas e idealizadas, consideradas generalizables a toda actividad humana” (Coraggio, 2009, p. 30).

A modo hipotético, anticipamos la configuración o la activación de redes resilientes orientadas a proveer alimentos a las familias. Bajo este prisma, entendemos que la resiliencia es una cualidad que personas o colectivos poseen o desarrollan para enfrentar favorablemente biografías o situaciones adversas, incluso revirtiendo un anticipado destino catastrófico (Masten & Reed, 2002). En este contexto, advertimos dos dinámicas coincidentes con el concepto de resiliencia: 1) La activación de redes locales preexistentes, que se adaptan a la crisis y que operan como sistemas de distribución de alimentos, de ayuda material o soporte moral a las familias más afectadas; 2) La articulación de nuevas redes o instancias de cooperación y solidaridad frente a la crisis.

Redes locales y sustento alimentario en pandemia

Nos situamos en tres escalas socioespaciales donde observamos la confluencia del entramado de redes localizadas: los hogares, las organizaciones sociales y el barrio propiamente tal. Entendemos el hogar como el espacio microsocial familiar, donde ocurre la vida económica en su expresión más elemental y desde donde se despliegan –y hacia donde confluyen– las dinámicas y las estrategias de abastecimiento y sustentación alimentaria. Las organizaciones sociales constituyen, en los sectores vulnerables, espacios de mediación –por ejemplo– entre la base social y el Estado, en los cuales se despliega en buena parte la política a nivel local. Particularmente importante son las juntas de vecinos y algunas asociaciones funcionales (como los clubes deportivos y aquellas vinculadas a Iglesias). Por último, situarnos en el barrio nos reporta la escala espacial desde donde definimos nuestra problemática, presuponiendo una condición territorial e identitaria, histórica y culturalmente aprehensible, cuestión decisiva en el marco analítico que proponemos.

Nuestros registros indican que en estas tres escalas se intersectan los flujos de la vida económica del barrio, a partir de múltiples vectores y agentes que directa e indirectamente condicionan la producción, el intercambio, la redistribución y el consumo. Advertimos aquí la concurrencia de: a) las familias; b) los locatarios o almacenes del barrio; c) la organización social y sus múltiples expresiones; d) las ferias libres; e) las cadenas mayoristas de venta de alimentos o supermercados; f) el Estado, a través de subsidios de alimentos. En este conjunto articulado de actores es posible constatar con nitidez y situar el despliegue de tres de los cuatro sectores de una matriz societal, típicamente latinoamericana (Bresser-Pereira & Cunill, 1999), donde la base social, el Estado y el mercado interaccionan como constituyentes del espacio relacional. El cuarto corresponde al tercer sector, en especial las ONG, relevante en tanto media la relación Estado/base social.

Como referencia de nuestra hipótesis recurrimos a investigaciones etnográficas previas en sectores rurales, donde constatamos que las redes de cooperación y los vínculos comunitarios son persistentes en situaciones adversas. Basándonos en el enfoque de los sistemas agroalimentarios localizados (SIAL), en Latinoamérica y en la Europa mediterránea (Sanz-Cañada & Muchnick, 2016), sostuvimos que no solo la producción, sino también el intercambio, la distribución y el consumo de alimentos, están condicionados por redes ancladas en dinámicas territoriales colectivas y procesos identitarios. El desarrollo de los acontecimientos, en diversas latitudes, ha demostrado que efectivamente la activación de redes locales de abastecimiento, así como un mayor protagonismo de los sistemas alimentarios locales, han sido patentes durante la pandemia, particularmente en regiones donde la pobreza tiene mayor incidencia (Moragues-Faus, 2021; Thilmany et al., 2021).

Adaptamos el enfoque SIAL a contextos urbano-populares, donde el foco se desplazó desde la producción al abastecimiento alimentario, incluyendo el intercambio, la distribución y el consumo. Desde esta perspectiva, la economía es ante todo un sistema colectivo de reproducción de la vida material (Gudeman, 2000; Polanyi, 2009), de tal modo que las economías barriales y sus dinámicas se nos revelan como economías del sustento antes que formaciones orientadas a producir beneficios privados. Ambas lógicas coexisten y se mixturan, pero no predomina necesariamente lo segundo, admitiéndose configuraciones de carácter híbrido. El problema del sustento es imperativo y tiene un correlato empírico, marcado por la actual crisis sanitaria y económica, coyuntura que impele a las familias a priorizar, además de los cuidados de salud, la provisión de alimentos. Lo anterior, especialmente en los inicios de la pandemia, tuvo a nivel global expresiones de incertidumbre en fases intermedias y final del suministro (Mogues, 2020). En los sectores socioterritoriales seleccionados, esta parece ser una constante.

El hogar familiar permite observar el despliegue de múltiples estrategias orientadas al abastecimiento alimentario. Si bien todos los grupos familiares complementan sus ingresos, esto es imperativo en los sectores vulnerables. Al ser sus ingresos insuficientes, fluctuantes e inestables, estas familias se ven obligadas a desarrollar prácticas que aseguren las condiciones mínimas para satisfacer necesidades elementales. Tomando como referencia los trabajos de Moser (1998), Arteaga (2007), Arteaga y Pérez (2011) y González de la Rocha et al. (2016), es posible indicar algunas expresiones relevantes de las estrategias familiares en contextos de vulnerabilidad económica. En primer lugar, la ampliación de la red de ingresos más allá del núcleo inmediato de parentesco, para articular en algunos casos a dos o tres núcleos directamente emparentados. Esto ocurre cuando en una misma casa cohabitan padres e hijos adultos con sus propios hijos y todos aportan ingresos para sustentar necesidades comunes. La ampliación de estas redes no solo implica el incremento o la complementación de ingresos monetarios, también articula redes de apoyo que permiten intercambiar servicios, recursos afectivos y soporte moral, o activar préstamos (Arteaga, 2007).

Método y materiales

Diseñamos una investigación metodológicamente mixta (Creswell & Plano, 2010), que integró, en un marco etnográfico general, técnicas cualitativas y cuantitativas. Los resultados derivan del análisis de tres escalas espaciales donde ocurre la interfaz pandemia Covid19/sociedad: 1) los hogares familiares; 2) los espacios de la organización sociobarrial; 3) el barrio en tanto lugar y territorio. Esta distinción deriva, a priori, de nuestros criterios metodológicos, que nos llevan a aproximarnos primero a las organizaciones sociales, no obstante que la relevancia de los hogares y la delimitación de los barrios fue elaborada en el curso etnográfico de la investigación. Lo sociobarrial se nos revela como cualidad territorial, es decir, como espacio socialmente construido (Bello, 2011) y temporalmente vivido (Ther, 2012); como lugar tensionado en la multiplicidad de despliegues de proyectos vitales e intereses, sentido en el cual el barrio es también un espacio social, pero un espacio abierto. No cabe aquí la idílica imagen de la “comunidad folk” (Cravino, 2004), cerrada en sus límites, cuasi como retrato de otra idealización: la comunidad rural. Convengamos en que nuestra conceptualización se encuadra mejor en la noción de espacio social híbrido, de fronteras porosas y, como se ha indicado más arriba, diverso, dinámico y aparentemente contradictorio.

La producción de información se basó en entrevistas semiestructuradas, encuestas de escala tipo Likert y cuestionarios autoadministrados (cartillas familiares). Asimismo, se trabajó con información secundaria basal, obtenida principalmente de los planes de desarrollo comunal e informes de servicios públicos, para la elaboración de tres diagnósticos barriales. Los instrumentos fueron aplicados en los barrios Peñalolén Alto Sur (comuna de Peñalolén), Yungay (comuna de Santiago), y Pablo Neruda y Yáñez Zabala (comuna de Valdivia). Para el caso de las entrevistas semiestructuradas se utilizó un muestreo estructural no probabilístico (Montañés, 2010), procurando una representación cualitativa de los actores locales en el marco de un segmento de la estructura social centrada en familias, líderes y dirigentes de organizaciones del territorio y comerciantes. En total se realizaron 60 entrevistas (25 en Peñalolén Alto Sur, 15 en Yungay y 20 en Pablo Neruda), procurando un equilibrio entre mujeres y hombres, aunque en el caso de las organizaciones sociales predominaron las mujeres. Las encuestas tipo Likert en escala de cinco puntos se aplicaron en dos instancias: primero, durante las restricciones de 2020 (entre octubre y diciembre), con un total de 646 encuestas en los tres barrios (260 en Peñalolén Alto Sur, 200 en Yungay y 186 en Pablo Neruda); y, segundo, durante marzo y abril de 2021, con 300 encuestas (100 en cada territorio). El criterio muestral fue no probabilístico y centrado en familias. Para el análisis descriptivo, las variables categóricas como rango de edad, sexo, comuna y barrio se analizaron mediante frecuencias absoluta y relativa. Para cada pregunta se determinaron la frecuencia absoluta y la relativa según las categorías de la escala Likert. Las preguntas se desagregaron según rango de edad, sexo, comuna y barrio. Se utilizó el software estadístico R 4.1 para todos los análisis y el paquete Likert versión 1.3.5 para la visualización y análisis categorial.

Los cuestionarios autoaplicados constan de un registro de compras y fuentes de abastecimiento durante quince días. Esto nos permitió registrar el tipo de alimentos adquiridos o gestionados, su origen, incluyendo una espacialización cartográfica. Lo anterior derivó en mapas de abastecimiento alimentario. En total se aplicaron 100 cartillas, 50 en Peñalolén Alto Sur, 25 en Yungay y 25 en Pablo Neruda.

Resultados

Las dinámicas familiares y el abastecimiento en pandemia

Frente a la doble incertidumbre desatada por el Covid-19 –sanitaria y económica–, la familia despliega un tipo de respuesta funcional en crisis, tomando decisiones orientadas a maximizar sus recursos en la escasez; es decir, aprovechando de la mejor forma posible los limitados bienes disponibles. Si las preguntas de una hipotética ciencia del consumo popular fueran qué comprar, cuánto comprar, dónde comprar y cómo comprar, el contexto Covid19 y nuestras observaciones nos permitirían responderlas. No obstante, aun cuando registramos el despliegue de estrategias familiares deliberadas, orientadas a asegurar el abastecimiento alimentario y unos ingresos mínimos para el sustento del hogar, se trata de estrategias que cabría situar más allá de decisiones propias de una acción racional anclada en una matriz individualista. El sentido colectivo prevalece articulado en variadas configuraciones de lo familiar (incluyendo sus dinámicas de extensión coyuntural), coincidiendo en este punto con las expresiones que Arteaga (2007) ha sistematizado para analizar las estrategias familiares en condiciones de pobreza. Los contextos de crisis, como los derivados de la pandemia, dejan entrever acciones y alternativas diversas, híbridas en muchos sentidos, donde se articulan lo colectivo y lo individual, refrendando dinámicas que autores como Coraggio (2009) asocian a las economías populares latinoamericanas, o aquellas que Gudeman y Rivera (1990) observaron en la casa rural en Panamá y Colombia, donde se combinan múltiples inputs y outputs para el sustento y la reproducción de la base material.

Lo primero que constatamos es que tanto en Peñalolén Alto Sur como en Pablo Neruda o Yáñez Zabala en Valdivia, hay una deliberación “racionalizada” a nivel de hogares en cuanto a qué comprar. En este marco, son patentes los efectos de la pandemia, pues “no todos tienen trabajo y el dinero que recibes o el diez por ciento que se recibió [no alcanza]; tienes que pagar cuentas, tienes que guardar un poquito, reservar, o comprar porotos, lentejas, garbanzos, que te pueden durar para el año” (Lourdes, Peñalolén Alto Sur). Nuestras conversaciones en el espacio etnográfico nos permitieron observar mejor el trasfondo de este tipo de testimonios. Reseñemos primero la respuesta de una vecina de Peñalolén Alto Sur al preguntarle cómo enfrentaban la crisis: “Es que nosotros siempre hemos estado en crisis”. Lo anterior nos obligó a reconsiderar nuestra problematización, relativizando la crisis como hecho coyuntural para admitirla como condición persistente. Encontramos un segundo referente en el contexto de una entrevista en Pablo Neruda, donde una familia nos relató las estrategias de abastecimiento en pandemia, explicándonos que siempre mantienen una provisión de alimentos no perecibles en grandes cantidades, puesto que en cualquier momento lo podrían necesitar. Nos señalaron que lo hacían desde el terremoto de 1960, circunstancia en que hubo una crisis de abastecimiento alimentario. Esto no es una situación particular –y así lo constatamos–, pues también es costumbre de otras familias.

Explorando alternativas en pandemia, las personas declaran que sus compras operan en tres modalidades. Primero, las compras grandes –mensuales o bimensuales– se realizan en los supermercados, de preferencia mayoristas, cuyos precios son comparativamente más bajos que el de los supermercados tradicionales. Principalmente se trata de compras de alimentos no perecibles, como los indicados más arriba. La segunda modalidad es la compra en los almacenes del barrio. Este tipo de compras corresponden “al día a día”, y a veces se encuentran relacionadas con alimentos perecibles que se utilizan en el almuerzo, o más frecuentemente el pan y alimentos propios del desayuno o de la once. Las siguientes dos citas ilustran nuestra constatación.

[Con la pandemia] voy una vez al mes, hago mi pedido y después, por ejemplo, voy al negocio de barrio... Salgo una sola vez y eso me sirve para dos días. (Florencia, vecina, Pablo Neruda, Valdivia)

Ha cambiado el lugar donde compramos, por ejemplo… íbamos más al supermercado y ahora con el tema de las cuarentenas… uno se abastece más en los negocios cerca de la casa. (Claudia, vecina, Peñalolén Alto Sur)

La tercera modalidad es la compra en la feria libre, un espacio que por lo general se encuentra cerca, a donde es factible ir caminando y donde es posible identificar rutinas o patrones recurrentes asociados a la costumbre de ir algunos días específicos (fin de semana o quincenalmente). Pudimos constatar que la feria es un espacio fundamental para el abastecimiento alimentario en tiempos “normales” o previos a la pandemia. Allí se dispone de una gran variedad de productos –los más importantes, frutas y verduras de temporada–, pero también alimentos no perecibles o carnes y pescados. Más recientemente –en tiempos de pandemia– se advierte un notable incremento de otro tipo de mercancías, como productos de aseo y limpieza, artículos de ferretería, ropa y toda clase de objetos reciclados. Lo emergente de este espacio surge como expresión de la “cola” de la feria, segmento que durante la pandemia ha crecido notoriamente. La denominación “coleros” alude precisamente a vendedores informales que suelen ubicarse en el tramo final o en calles contiguas a las ferias libres.

La feria es netamente lo que es fruta y verdura. Como tenemos dos niñas chicas, tenemos que darles frutas y verduras a las dos… Antiguamente a la feria íbamos como ir al mall, íbamos a cachurear, recorríamos la feria completa. Ahora es a lo puntual. (Marco, vecino, Peñalolén Alto Sur)

Durante la pandemia, la feria sigue siendo un lugar preferente para el abastecimiento alimentario familiar en ambos sectores populares (Peñalolén Alto Sur en Santiago y Pablo Neruda en Valdivia). Junto a los supermercados mayoristas y los almacenes del barrio, la feria es parte de la “estrategia” de compras familiares; la gente continúa yendo, pero de forma más espaciada, pues les permite abastecerse de lo básico y de frutas y verduras a precios más bajos, aun cuando en el día a día las verdulerías de los barrios proveen este tipo de alimentos. Como nos relató una vecina en el sector microbuseros de Peñalolén: “Verdura, la mayor parte en la feria. Y todos los otros abarrotes en supermercados. En el almacén, el pan, esas cosas más que nada”. Lo anterior puede verse retratado en el siguiente mapa (Figura 1), donde se muestran las frecuencias de compras en la feria Las Perdices de Peñalolén, información recabada a través de cuestionarios autoaplicados por las familias en los barrios. Las frecuencias corresponden a la cantidad de veces que el hogar (marcado en el mapa con un punto) realizó compras, desplazándose hacia un nodo de abastecimiento durante quince días. Nótese, respecto de la feria, su dinámica como polo de atracción de compras barriales; asimismo, obsérvese la expansión de los “coleros”.

figura 1 | Frecuencia de compras vecinales durante la pandemia de Covid19 en feria Las Perdices, Peñalolén

Fuente: Elaboración propia

En Valdivia entrevistamos a un dirigente histórico de la feria. Su testimonio nos revela una dimensión fundamental en tanto mercado localizado-itinerante regulador de precios de frutas, verduras y hortalizas en determinados sectores urbanos:

Para mí la feria es mi sustento, y para la ciudadanía es un ente regulador de precios, y a la vez es una parte donde tú puedes comprar los productos a muy bajo precio. Si las ferias no existieran, los precios no serían lo que están viendo, porque serían así de radicalizados pa’rriba, empezando por los supermercados… Es regulador de precios aquí mismo en la feria, en los alrededores, en la frutería, en los supermercados… Entonces no pueden subir mucho más allá porque aquí la misma gente controla [comparando] el precio… (Ernesto, dirigente, feria San Luis, Valdivia)

Pero también, y a propósito del incremento de los “coleros”, es una fuente de oportunidades de empleo –informal y temporal– en tiempos de crisis. La feria y la “cola” suponen una oportunidad laboral para un importante segmento de la población migrante, en particular de origen haitiano (Quinchalef, 2021).

Las cartillas de abastecimiento alimentario refrendan lo señalado: una alta preferencia por compras en los almacenes del barrio. Obsérvense la Tabla 1 y la Tabla 2, donde registramos 375 días de abastecimiento en Pablo Neruda (Valdivia) y 600 en Peñalolén Alto Sur (Santiago).

tabla 1 | Origen del abastecimiento alimentario, Pablo Neruda, Valdivia

Lugar de abastecimiento

Número

Porcentaje

Almacén de barrio

526

85,1

Supermercado

35

5,7

Feria

22

3,6

Otro

11

1,8

Caja JUNAEB1

8

1,3

Restaurante

7

1,1

Casa vecino

4

0,6

Feria fluvial

3

0,5

Familia

2

0,3

Total compras

618

100

Fuente: Elaboración propia

Para el caso de Pablo Neruda (Tabla 1), de las 618 acciones de abastecimiento –mayoritariamente compras–, 544 se realizaron en el barrio, 51 en el barrio más próximo, 21 en la comuna (fuera de los barrios) y solo dos en otra comuna. Es decir, el 88% de las acciones de abastecimiento durante la pandemia tuvo lugar en el barrio, donde el 85,1% corresponde a compras en almacenes.

tabla 2 | Origen del abastecimiento alimentario, Peñalolén Alto Sur, Santiago

Lugar de abastecimiento

Número

Porcentaje

Almacén de barrio

534

65,8

Supermercado

96

11,8

Feria

84

10,4

Casa vecino

25

3,1

Restaurante

23

2,8

Puesto de comida

19

2,3

Camioneta

5

0,6

Familia

5

0,6

Otro

5

0,6

Comida rápida

3

0,4

Olla común

3

0,4

Caja JUNAEB

2

0,2

La Vega

2

0,2

Lo Valledor

2

0,2

Amigo

1

0,1

Huerto comunitario

1

0,1

Iglesia

1

0,1

Total compras

811

100

Fuente: Elaboración propia

tabla 3 | Frecuencia relativa para declaración de compras antes de la pandemia, en Valdivia y Peñalolén

Comuna

Ítem

Siempre

Casi siempre

A veces

Pocas veces

Nunca

Valdivia

Antes de la pandemia compraba los alimentos en el almacén del barrio

46,00

8,00

15,00

18,00

13,00

Antes de la pandemia compraba los alimentos en el supermercado

83,00

7,00

6,00

3,00

1,00

Antes de la pandemia compraba frutas y verduras en la feria

66,00

11,00

11,00

3,00

9,00

Peñalolén

Antes de la pandemia compraba los alimentos en el almacén del barrio

33,00

8,00

34,00

16,00

9,00

Antes de la pandemia compraba los alimentos en el supermercado

61,00

15,00

17,00

4,00

3,00

Antes de la pandemia compraba frutas y verduras en la feria

71,00

10,00

8,00

8,00

3,00

Fuente: Elaboración propia

La Tabla 3 revela que antes de la pandemia los almacenes de barrio no eran predominantes en cuanto a las compras declaradas, con un 41% en Peñalolén (Peñalolén Alto Sur) y un 54% en Valdivia (Pablo Neruda). En contrapartida, el predominio percibido del supermercado era significativo, con un 90% en Valdivia y un 76% en Peñalolén. Ahora bien, como puede advertirse a continuación (Tabla 4), este cambio fue significativo durante las restricciones, puesto que se incrementa la importancia del almacén del barrio (50% en Peñalolén y 69% en Valdivia), pero en ambos casos con una disminución declarada de la frecuencia de traslados al supermercado (47% en Peñalolén y 68% en Valdivia). En Valdivia y Peñalolén, antes de la pandemia, un 66% y 71%, respectivamente, de las personas encuestadas señalaron comprar frutas y verduras en la feria, con una disminución notable durante las cuarentenas: un 39% en Valdivia y un 53,5% en Peñalolén.

tabla 4 | Frecuencia relativa para declaración de compras durante el periodo de confinamiento o cuarentenas en Valdivia y Peñalolén

Comuna

Ítem

Siempre

Casi siempre

A veces

Pocas veces

Nunca

Valdivia

Durante la cuarentena compramos los alimentos en el almacén del barrio

52,00

17,00

24,00

2,00

5,00

Durante la cuarentena compramos los alimentos en el supermercado

53,00

15,00

18,00

6,00

8,00

Durante la cuarentena compramos frutas y verduras en la feria

39,00

10,00

23,00

7,00

21,00

Peñalolén

Durante la cuarentena compramos los alimentos en el almacén del barrio

35,00

15,00

30,00

13,00

7,00

Durante la cuarentena compramos los alimentos en el supermercado

35,35

12,12

29,29

18,18

5,05

Durante la cuarentena compramos frutas y verduras en la feria

53,54

11,11

18,18

11,11

6,06

Fuente: Elaboración propia

El supermercado sigue siendo importante para las familias, pues, como indican los testimonios, los precios de alimentos no perecibles son comparativamente más bajos que en los almacenes de barrio o ferias; por otro lado, la disminución de frecuencia en los traslados se relacionaría con la percepción de un espacio inseguro frente al contagio de Covid19. Algo similar ocurriría con la feria, pues la percepción del riesgo no parece afectar significativamente su importancia como lugar de abastecimiento. El 88,7% de los encuestados considera que el riesgo de contagio es alto o muy alto en la feria, el 53,2% considera lo mismo para el caso del supermercado, mientras que solo el 25,8% lo cree para los almacenes del barrio.

Nuestros datos no reportan una cuantificación del gasto en el lugar de abastecimiento, pero sí la recurrencia de las compras o los abastecimientos durante el periodo de aplicación del instrumento (ver Tabla 1 y Tabla 2). De acuerdo con nuestra data etnográfica, lo anterior implica un cambio respecto de las pautas de compra, habiéndose reorientado un porcentaje elevado del gasto hacia los comercios barriales. No obstante, evidenciamos –y esto es relevante– la puesta en práctica de estrategias de afluencia espaciada tanto a supermercados como a las ferias libres. Finalmente, la mayor afluencia –durante las restricciones– a los almacenes de barrio sí es coincidente con la percepción del riesgo y lo declarado en las entrevistas: el almacén es el lugar preferido para las compras durante la crisis, en particular porque es considerado el lugar más seguro.

La organización sociobarrial y su importancia en el abastecimiento alimentario

La crisis ha implicado una reactivación y fortalecimiento de dinámicas y relaciones de cooperación y solidaridad en sectores urbanos vulnerables (FAO-CEPAL, 2020; Moragues-Faus, 2020, 2021). Es lo que advertimos en las ollas comunes, expresión reciente de una dinámica de organización de base que, al menos en Chile, deriva de las formas locales –algunas sindicales– de abastecimiento alimentario a través de comedores populares, pero cuyo antecedente histórico más relevante nos remite a luchas y resistencias territoriales durante la dictadura pinochetista en las décadas de 1970 y 1980 (Hardy, 1986). Las formas actuales de las ollas comunes presuponen la configuración que tuvieron por entonces; muy recientemente, en el estallido social de octubre de 2019, se rearticularon (Arias-Loyola, 2020; Guerrero & Pérez, 2020), y no tardaron en recobrar una dimensión latinoamericana anclada en una memoria social de resistencia (Svampa et al., 2021). Como observó Hardy en los ochenta, confluyen la lógica de la lucha popular, de resistencia política y una forma territorial, de base social y colectiva, orientada a mitigar tanto una carencia de alimentos como la ausencia del Estado en tanto actor institucional.

En Peñalolén Alto Sur, en Santiago, y en Pablo Neruda y Yáñez Zabala, en Valdivia, observamos como diversas organizaciones vecinales dan cuenta del dinamismo de redes de solidaridad comunitaria orientadas a enfrentar la crisis o la expresión coyuntural de una crisis permanente. En ambos casos hay un punto de coincidencia: historias de organización de base que remiten a los orígenes de ambos barrios (resistencia a la dictadura en los años ochenta o una emblemática toma de terreno en los años noventa), pero también la activación de esa base colectiva en el contexto del estallido social de 2019.

Precisamente es en ese contexto donde se organizan ollas comunes, las mismas que en la coyuntura del Covid19 continuarían operando al alero de las juntas de vecinos y los cabildos populares. La condición de crisis potencia y dinamiza el tejido social como respuesta instrumental (Cravino, 2004), con el objetivo de proveer el sustento alimentario a las familias del barrio, donde la olla común ocurre como una institución no formal y no solo como respuesta coyuntural.

El siguiente testimonio ilustra lo señalado: “Nos hemos organizado… porque cuando estalló todo… nos juntamos, hicimos olla común y hubo harta cooperación de los vecinos…” (Laura, vecina, Peñalolén Alto Sur). Más adelante, al reseñar el origen de esta olla común, añade algo que refuerza nuestra impresión sobre una acción colectiva relatada desde una memoria social de resistencia en coyunturas distantes, como la Toma de Peñalolén en los años 1990: “…cuando era toma, era todo de la olla común, todo ese sistema; entonces volvimos a lo mismo”.

Las ollas comunes tienen un fuerte anclaje en las juntas de vecinos y organizaciones eclesiásticas: “El Consejo de Desarrollo Vecinal ha estado dando comida y [en] la iglesia católica que está aquí… han estado organizando ollas comunes para los vecinos del sector. Han ayudado harto a los vecinos, no tengo nada que decir…” (Patricia, dirigenta vecinal, Yáñez Zabala). Pero, tal como nos lo explica Bernarda, presidenta de la junta de vecinos de Pablo Neruda, las expresiones de solidaridad y organización en la provisión de alimentos –y de otros insumos básicos– son variados, aun cuando el abastecimiento alimentario es el foco:

Entre ellos mismos también [se apoyan]… [a] los vecinos que estuvieron contagiados con Covid, también los [otros] vecinos les dejaban la bolsita con pan, les lanzaban un saquito con leña, o venían donde nosotros y nos decían: “Mire, vecino, ya, nosotros buscamos y llevamos”, pero entre ellos también se han organizado.

Luego, refrendando la condición estructural de la crisis y la persistencia de la resiliencia, Bernarda nos comenta que “ese es un sistema donde ellos se han apoyado siempre; en realidad, siempre ha sido así acá, aunque no haya pandemia…”.

La dinamización de las redes de solidaridad barrial estriba en el abastecimiento alimentario, con la olla común como una de sus expresiones más emblemáticas, tanto en términos políticos como de liderazgos activos. No obstante, no es la única. Es lo que advertimos en los siguientes dos testimonios:

En el Club deportivo Chorrillos… hicieron una colecta que se llamaba Kilo a kilo… juntaron 50 kilos de alimento… y se los llevaron a la sede; se mandó un listado de la gente… que estaban sin trabajo, para que les llegue su caja.2 (Florita, vecina, Pablo Neruda)

También en Peñalolén las redes solidarias de abastecimiento alimentario cobran expresiones que no se limitan a las ollas comunes, aunque evidentemente se articulan en torno a ellas:

Hay una organización de puras ollas de todas las de Peñalolén Alto…, hay una vecina que necesitaba una leche que no es barata, es carísima, para su guagua, que tiene problemas para digerir, qué sé yo. Y ahí mismo se coloca “Quién sabe de esta leche”. Y alguien sale y dice: “Yo conozco una parte donde venden más barata”, o “Yo tengo para donar”, y así son las redes, se van ayudando unos a otros. (Dina, Peñalolén Alto Sur)

Si bien prevalece una solidaridad funcional, de articulación instrumental de la comunidad, ella se sustenta y persiste en el vínculo colectivo, como vivencia compartida en la carencia y en la incertidumbre a manera de denominador común. Lo que se figura es un tipo de tejido social, anclado en la memoria de la adversidad y en la capacidad para afrontarla con soluciones locales. En un símil con lo que García Canclini (2001) observó en el México de los años 1980, y que luego idearía como “hibridación cultural”, lo que advertimos es una capacidad de respuesta creativa frente a esa adversidad, en que se apela a recursos o a oportunidades inmersas en el entramado socioterritorial. La creatividad es una cualidad presente en todas las experiencias, donde la organización social se adapta o se ensambla sinérgicamente a las condiciones del medio, a la vida vecinal y sus matices. Ejemplo de lo anterior es lo que en Yungay se denominó “olla confinada”, un tipo de olla común que se organiza en cités, casas, vecindarios e incluso edificios. “De grano en grano, de mano en mano y de corazón en corazón”, en la expresión de los propios vecinos, con un sistema donde la junta de vecinos lleva alimentos al lugar donde viven varias familias (un cité, por ejemplo), generalmente migrantes de una misma nacionalidad, y son ellos quienes gestionan la preparación de los alimentos con un toque culinario propio.

Aun cuando se trata de una articulación anclada en las organizaciones, con visible protagonismo de las juntas de vecinos, confluyen aquí varias dinámicas de base social, tales como clubes deportivos, organizaciones de Iglesia, cabildos, asambleas autoconvocadas, red de panaderos, etc. Cabe añadir una distinción entre lo formal y lo informal, de tal modo que observamos comportamientos institucionalizados (normados), pero no necesariamente inscritos en dispositivos formalmente explícitos (North, 2000). Lo social ocurre aquí como acciones recurrentes que permiten entretejer redes de cooperación, las que incluso pueden advertirse en escalas microlocales (el pasaje, el edificio, la cuadra, el cité, el vecindario). Retomando el enfoque de los SIAL, las redes de abastecimiento alimentario no solo se basan en las relaciones formalmente instituidas, sino que fuertemente en la confianza de las relaciones cara a cara, en las dinámicas de proximidad.

La movilidad barrial y las respuestas frente a la crisis

En este apartado daremos cuenta de dos dinámicas que consideramos relevantes para comprender y/o explicar el “comportamiento” barrial en pandemia. Por una parte, la dinámica de la movilidad; y por otra, la dinámica de la red de soporte que se configuró en el contexto de esa movilidad (y escenario de crisis). La dinámica de movilidad fue observada a partir de la información que nos han reportado las cien cartillas de abastecimiento familiar. La red de soporte fue elaborada a partir de información etnográfica, incluyendo la data cuantitativa.

Durante la pandemia constatamos una concentración significativa de la actividad comercial en los barrios (Figura 2). Por una parte, los lugares de abastecimiento alimentario más frecuentados se localizan en la proximidad de los hogares, siendo el almacén el más recurrido. Por otra parte, advertimos que los desplazamientos fuera del barrio ocurren predominantemente dentro de la comuna, hacia barrios colindantes, en especial con fines de abastecimiento para soportes mensuales, en supermercados mayoristas; o bien para frutas y verduras, en ferias libres no necesariamente emplazadas en el barrio. Los estudios de caso revelan que existen centros de abastecimiento muy distantes, que operan como puntos de distribución de alimentos frescos o vegetales a costos comparativamente más bajos que los disponibles en los barrios y en los entornos inmediatos (incluyendo los mayoristas aledaños); es el caso de nodos tales como La Vega o Lo Valledor en Santiago o con la Feria Fluvial de Valdivia para el abastecimiento de pescados y mariscos.

Nuestras cartografías no permiten comparar los desplazamientos previos a la pandemia, tan solo constatamos y evidenciamos la importancia del comercio barrial durante la crisis. Ahora bien, a partir de testimonios recurrentes, cabe sostener que efectivamente hubo un cambio en los patrones de desplazamiento asociados a una nueva dinámica de abastecimiento, la que, como ya fue señalado, marca una mayor recurrencia de movilidad hacia los almacenes o los comercios del lugar en desmedro de los supermercados: “[Preferimos la feria], porque está en el barrio, porque es cerca, porque es buena la calidad, porque el precio también [es] mucho más conveniente… que comprar en supermercado, por ejemplo” (José, Peñalolén Alto Sur). “Los vecinos… no van tanto ahora a los supermercados... los que vienen acá, compran los puros días sábado y domingo”, “…antiguamente iban... cuatro veces al supermercado, ahora van una sola vez” (Rosa, Peñalolén Alto Sur).

figura 2 | Movilidad y abastecimiento alimentario en Peñalolén Alto Sur durante la pandemia de Covid19, 2020

Fuente: Elaboración propia

La movilidad concentrada en los espacios locales presupone una activación de las economías del territorio. No obstante, advertimos un problema añadido al constatar que la informalidad es una condición transversal en emprendimientos alimentarios sin resolución sanitaria, en actividades comerciales tipo delivery, y con mayor complejidad (y precariedad) en el comercio emplazado en la vía pública, como ocurre con los “coleros” de las ferias. Es lo que refleja el testimonio de Jeanette en Valdivia, donde la feria parece haber triplicado su extensión en todos los sectores donde se instala: “…hay harta gente que ahora, en este tiempo de pandemia, ha ido a vender mucha ropa… en la feria lo que más se vende es ropa. Creció mucho la feria… [Hay] mucha gente vendiendo… sobre todo gente que recicla” (sector Pablo Neruda). La Figura 3 permite dimensionar la expansión de la feria de San Luis, en Valdivia, en un dinamismo muy similar al referido para Las Perdices en Peñalolén.

figura 3 | Feria San Luis y “coleros”, Valdivia

Fuente: Elaboración propia

Gran parte de la “cola” está conformada por habitantes de los barrios, quienes ofertan sus mercancías en medio de la crisis, de modo que varía en cuanto a productos y tamaño. De la misma forma, el área que se muestra como “zona de descarga” corresponde a un lugar en la calle utilizado inicialmente para la descarga de los alimentos (desde camiones) que se comercian el día sábado; no obstante, en la actualidad dicha zona se ha tornado un espacio de feria “informal” tan relevante como la del día oficial. Algunos puestos permanecen activos durante toda la semana.

La red de soporte, el Estado como actor opaco y el mercado como oportunidad

La cartilla autoaplicada evidenció que, en ese registro, el Estado no constituía un actor relevante como agente abastecedor. Lo anterior puede deberse a que la muestra incluyó a pocas familias beneficiarias de JUNAEB. No obstante, estos resultados contrastan con los datos obtenidos en la encuesta Likert aplicada en 2020 (Figura 4), donde al menos en Peñalolén observamos que un 68% de los encuestados consideró que la caja de ayuda del Gobierno sirvió para enfrentar la pandemia, guarismo distante del 35% de Valdivia (Pablo Neruda) y del 29% de Santiago (barrio Yungay).

Los testimonios de las entrevistas aluden al Estado solo de manera secundaria, predominantemente destacando aspectos negativos: “Llegaron unas cajas del Gobierno, puras migas…”, nos dice Marcia en Peñalolén Alto Sur. Con mayor elocuencia lo retrata don Carlos en Valdivia:

No hemos recibido apoyo del Gobierno o de la Municipalidad para enfrentar el tema de los alimentos. Aquí al frente hay una abuelita que está postrada… No le han venido a dejar ni una caja de nada a esa señora. Y son hartas personas que trabajan, todos trabajan, se turnan para cuidar a la abuelita, pero algunos no saben ni leer, son analfabetos. ¿Usted cree que alguno de la Municipalidad se ha acercado a dejarle algo a esa abuelita? O preguntar qué necesita. No, nada, nada. Y prácticamente ellos viven de su sueldo nomás.

figura 4 | Relevancia del aporte del Gobierno percibido a través de caja de alimentos en 2020, Valdivia, Peñalolén, Santiago

Fuente: Elaboración propia

A nivel discursivo, el lugar del Estado es opaco y escasamente valorado, esto aun cuando en la práctica, en el marco de las medidas de emergencia, se hayan materializado ayudas y subsidios importantes; no solo cajas de alimentos entregados mensualmente en algunos casos, sino ingresos de emergencia. Cabe subrayar, sin embargo, que el grueso de la investigación se realizó cuando aún no se había implementado masivamente el Ingreso Familiar de Emergencia.3

Lo anterior puede contrastarse con la percepción que advertimos sobre el lugar que tiene la comunidad en la crisis (Figura 5), cuya importancia como agente solidario es comparativamente mayor que la atribuida al Estado. Nuestro referente son las ollas comunes, que, como hemos señalado, expresan una dinámica de organización social autónoma. La excepción la constituye Peñalolén, situación que, según creemos, se debe a que el gobierno local, a diferencia de lo ocurrido en Santiago y Valdivia, puso en práctica una política de asistencia más integral frente a la crisis.

figura 5 | Relevancia del aporte de la organización social a través de las ollas comunes en 2020, Valdivia, Peñalolén, Santiago

Fuente: Elaboración propia

Un tercer elemento evidenciado es la importancia del barrio como escenario de oportunidades, en particular como escenario de mercado; es decir, en el repliegue de la movilidad –no solo en confinamiento–, el barrio emerge como lugar de intercambio comercial, como espacio de oferta y demanda de productos y servicios. Es lo que advertimos en los testimonios sobre los “coleros” y los emprendimientos informales, o sobre la preponderancia que adquieren los almacenes e incluso las ferias locales (más allá de ser percibidas como espacios de riesgo sanitario). Los mapas de movilidad (Figura 2 y Figura 6) ofrecen un retrato de los territorios en cuestión, con una marcada concentración de las acciones de abastecimiento en los barrios.

figura 6 | Movilidad y abastecimiento alimentario en Pablo Neruda, Valdivia, durante la pandemia de Covid19, 2020

Fuente: Elaboración propia

Una expresión relevante en los entramados económicos barriales es la coexistencia de ingresos provenientes de sectores formales e informales. Estado, mercado y sociedad comprenden lo que Kaztman (1999) ha denominado “estructura de oportunidades”, en referencia al marco en que las familias populares encuentran fuentes de recursos para enfrentar su propia vulnerabilidad. En tiempos de contracción económica se evidencia una activación de este tipo de estrategias. Precisamente es lo que proyectaba la Organización Internacional del Trabajo en el contexto de la crisis Covid19 (OIT, 2021). Es decir, luego de un mayor impacto en la pérdida de empleos informales podría ocurrir, en el mediano plazo, un crecimiento de dicho sector. En efecto, podrá advertirse, a partir de nuestros resultados, el incremento de prácticas informales en los barrios analizados, hecho que, en cierto modo, hizo de la informalidad un fenómeno opaco en el conjunto del entramado urbano. En parte, esto se debe a las restricciones de movilidad, pero también al mayor impacto de la pandemia en el empleo femenino y juvenil (OIT, 2020).

Las economías familiares de los sectores urbano-populares son altamente vulnerables, de tal manera que la informalidad deviene en práctica fundamental para complementar los insuficientes ingresos formales, cuando los hay. Es evidente, entonces, la predisposición para sostener y activar emprendimientos informales, que implican una amplia gama de actividades asociadas a la oferta de productos, como alimentos preparados; a la venta de ropa usada u objetos reciclados en la vía pública; a la provisión de servicios y toda clase de oficios de utilidad doméstica. El foco puesto en los hogares permite dimensionar socialmente la lógica de la integración entre formalidad e informalidad, observando su dinámica líquida, donde el sector informal aparece como imprescindible. Desde el punto de vista de la triple relación Estado, mercado y sociedad (Kaztman, 1999), en el caso de los sectores vulnerables y de baja cualificación, el mercado –como lugar de intercambio– constituye un espacio de oportunidades para personas que no reciben apoyo o quedan excluidas de programas o políticas públicas para suplir sus carencias (o donde esos subsidios son insuficientes).

Conclusión

Durante las restricciones derivadas de la pandemia de Covid19 en dos sectores populares de dos ciudades chilenas, y con dinámicas similares en el barrio Yungay, de Santiago, se registró un cambio significativo de los patrones de movilidad y de abastecimiento alimentario. El concepto “activación” de estas redes, planteado en nuestra hipótesis, tiene un alcance relativo, puesto que las demandas implicadas nunca fueron del todo resueltas y las carencias persisten. Observamos la confluencia de dos dinámicas organizacionales preexistentes y que durante la crisis expresan figuras diversas. Primero, encontramos el despliegue de las ollas comunes como organizaciones en sí mismas, derivadas de procesos sociales de larga data y que adquieren las particularidades que las circunstancias históricas imponen. Aquí la memoria social opera como impulsor en la dinamización de las redes de abastecimiento. Segundo, determinadas organizaciones con mayor permanencia institucional son las que, con distintas modalidades, favorecen la puesta en acción de las ollas comunes, modelando su funcionamiento. Es en este punto donde las juntas de vecinos, las organizaciones de Iglesia, los clubes deportivos y otros colectivos emergentes (como asociaciones de migrantes) adquieren un lugar relevante, actuando como nodos de articulación para el acopio, preparación y distribución de alimentos. Recuperando el enfoque de los sistemas alimentarios localizados, lo que tenemos es un know-how anclado en la memoria social, como activo territorial en la crisis.

Este tipo de organizaciones sociales es parte de una red más amplia y compleja de resiliencia territorial. Existe un nivel basal y transversal que sostiene esas respuestas resilientes, o bien las formas de resistencia creativa en la coyuntura: familia y redes familiares. Aun cuando las redes de relaciones que no se sustentan en el parentesco son importantes, es en las familias donde reside la respuesta estructural a una crisis que también tiene ese mismo carácter. La extensión de las redes familiares, en un esquema que con frecuencia se articula en el habitar espacios comunes, constituye un elemento clave de su “éxito”. Igualmente clave es el complemento de ingresos de la familia “extensa” y los emprendimientos, incluyendo todo tipo de actividades informales.

En estos sectores, las economías domésticas funcionan con un alto dinamismo de subsistencia. Esto implica que, ya se trate de una temporalidad breve como de una extendida en el tiempo, los integrantes del grupo familiar despliegan múltiples estrategias para obtener ingresos. En un símil con la tesis de Gudeman (2000) sobre la casa rural latinoamericana, cabe admitir que dichas estrategias provienen de ámbitos tradicionales de la subsistencia (como hacer pan y venderlo en las esquinas con semáforos o en la propia casa, o incorporarse en la “cola” de la feria y vender ropa usada, o participar en las ollas comunes), y de ámbitos más convencionales, como el empleo asalariado.

Los datos globales (Instituto Nacional de Estadística [INE], 2020) revelan que los sectores más afectados por la pandemia son precisamente algunos con alta empleabilidad en los barrios populares (rubro servicios), pero también algunos rubros informales, que se han visto mermados y precarizados. Tales son los casos del empleo doméstico, de las personas que ejercen comercio ambulante, o de quienes trabajan informalmente en el sector servicios. Frente a esta situación de incertidumbre, los grupos familiares ponen en práctica una dinámica de acción en crisis que ocurre de dos formas: 1) Activando estrategias de generación de ingresos para contrarrestar el impacto de la pandemia en la provisión de alimentos y necesidades básicas; 2) Racionalizando el uso de los recursos disponibles. A los dos puntos anteriores cabe añadir un tercero, referido a la dinamización de redes de apoyo familiar y vecinal, no necesariamente traducible en dinero. En este marco, las estrategias observadas revelan que los despliegues de la subsistencia de los hogares familiares –en sectores vulnerables– se organizan complementariamente sobre la base de unas lógicas propias de las economías sociales y solidarias (Coraggio, 2009).

En otro plano, constatamos un abandono coyuntural de la red de supermercados –una disminución de la frecuencia de compras–, una recomposición de las formas cotidianas de ese abastecimiento, donde el comercio de proximidad se torna más importante y recurrente. Observamos incluso articulaciones solidarias, cuando los almacenes proveen aportes a las ollas comunes o activan prácticas como el fiado (crédito acordado de palabra, para pagar después) o precios deliberadamente bajos “para apoyar a los vecinos”. Nuestros datos evidencian, en un ejercicio de triangulación, que efectivamente ocurre un repliegue hacia la economía barrial, es decir, un posicionamiento de la microeconomía local a partir de una vigorización de las redes urbanas de abastecimiento (Moragues-Faus, 2021).

Las restricciones de movilidad, como estrategia sanitaria, revelan respuestas favorables en la potencialidad del barrio como economía del abastecimiento alimentario. Es evidente, en los casos analizados, la existencia de redes de abastecimiento alimentario para enfrentar situaciones complejas, que revelan un notable potencial de resiliencia; estas redes locales también expresan la importancia de comprometer recursos y políticas públicas que permitan fortalecer ese potencial. El Estado, cuyo rol es opaco e infravalorado, podría utilizar esas mismas redes para distribuir sus soportes asistenciales. Asimismo, debe contribuir a mejorar las condiciones del abastecimiento en los barrios, invirtiendo en infraestructura para el comercio, mejorando las condiciones en las que operan las ferias libres y, en general, fortaleciendo el mercado local.

Es interesante destacar el lugar que el mercado tiene en la sociedad chilena. El dinamismo que subyace a las redes solidarias es el propio del espacio de intercambios de productos elaborados o comercializados en los barrios. El mercado es una expresión de la vida social del territorio, una que supone alternativas frente a la crisis, haciendo de esta una oportunidad. Tal vez resulte paradójico que en el Chile del “estallido social”, el mercado adquiera en sus escalas locales una expresión de respuesta ante la crisis, respuesta donde la comunalidad de las redes solidarias coexiste con las acciones que buscan el beneficio individual. En cierto modo, se nos revelan las complejas expresiones de lo que Harvey (2013) observó como resistencias locales en el contexto de una gobernanza neoliberal en las ciudades.

Finalmente, consideramos que los resultados de esta investigación permiten redimensionar a los barrios populares como espacios de vida económica y sustento alimentario, lugares potencialmente relevantes para impulsar procesos de desarrollo y alternativas de prosperidad; espacios donde confluyen lógicas diversas y disímiles, pero también complementarias y relevantes en la perspectiva de otros futuros posibles y, por supuesto, espacios de resiliencia y de respuesta ante la crisis.

Agradecimientos

Este artículo fue desarrollado en el marco del proyecto Covid 0701: “Redes alimentarias localizadas urbanas como estrategia resiliente de abastecimiento frente a la pandemia de Covid19 en dos ciudades chilenas”, financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID). Nuestros sinceros agradecimientos a las organizaciones sociales y a las familias de los barrios de Peñalolén Alto Sur y Yungay en Santiago, de Pablo Neruda, Yáñez Zabala y San Luis en Valdivia, a la Municipalidad de Peñalolén, a Jeanette Quevedo en Peñalolén, a Claudia Veas en Santiago, a José Paulsen del Ministerio de Vivienda y Urbanismo de Chile, a Mario Calvo Arellano y Magdalena Navarro de la Universidad Austral de Chile, a Gerardo Torres Salcido de la Universidad Nacional Autónoma de México. A todo el equipo de colaboradores, tesistas y encuestadores del proyecto RALU por su trabajo honesto y comprometido. A las y los evaluadores de Revista EURE por sus valiosos comentarios y sugerencias.

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1 Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas, institución gubernamental que durante la pandemia implementó un sistema supletorio de entrega de cajas de alimentos a las familias de los escolares que recibían alimentación escolar y que se encontraban impedidos de concurrir al establecimiento.

2 “Caja” o “caja del Gobierno” alude a un aporte focalizado de alimentos presentados en una caja de cartón, sellada, que el Gobierno distribuyó –durante los meses más críticos– a todas las familias de comunas catalogadas como vulnerables. Esto independiente del aporte entregado vía Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (JUNAEB), dirigido solo a las familias con hijas o hijos beneficiarios de alimentación en su escuela.

3 El Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) fue un apoyo monetario temporal que entregó en Chile el Gobierno a las familias más afectadas debido a la pandemia causada por el Covid-19. Algunas formas de IFE se han mantenido (laboral, de invierno) de manera muy disminuida.

vol 49 | no 148 | septiembre 2023 | pp. 1-26 | artículos | ©EURE

doi: 10.7764/eure.49.148.07 | issn digital 0717-6236