Vol.
43

129
2017
matus brito

Estilos de vida e imaginarios urbanos en nuevos residentes de Lastarria y Bellas Artes: el barrio patrimonial como escenario de diversidad, distinción y movilidad

Christian Matus. Universidad de Concepción, Concepción, Chile.

resumen | El proceso de transformación cultural desarrollado durante la última década en el barrio Lastarria / Bellas Artes de Santiago de Chile, parece ejemplificar cómo las nuevas generaciones de residentes del centro urbano construyen cultura urbana y estilos de vida a partir de nuevas prácticas, representaciones e imaginarios sobre el barrio y lo patrimonial. Con el apoyo de una estrategia que articula técnicas cuantitativas y cualitativas, se analiza la evolución histórica y estado actual del proceso de transformación del barrio, para profundizar en un análisis de los imaginarios que los nuevos residentes construyen en relación con el barrio patrimonial. Se concluye que en los nuevos residentes no existe una representación compartida sobre el patrimonio y el barrio, sino más bien una tensión entre tres imaginarios: el barrio como isla de diversidad, el barrio como escenario de distinción y el barrio como escenario de movilidad barrial. Los resultados presentan críticamente las posibilidades y limitantes que tiene la construcción de estilos de vida asociados a barrios patrimoniales para el logro de una cultura urbana más diversa. Al respecto, se reflexiona acerca de cómo revertir aquellos procesos que tienden a limitar la integración en el barrio y a la homogeneización en el consumo.

palabras clave | gentrificación, patrimonio, cultura urbana.

abstract | The process of transformation experienced during the last decade in the Lastarria neighborhood seems to illustrate how the new generations of residents in urban centers are creating an urban culture and urban lifestyles from new practices, representations and imaginaries about the neighborhoods and heritage. Through qualitative and quantitative techniques, we analyze the historical evolution and present context of this process to better understand the imaginaries that the new residents create in relation to the heritage neighborhood. As a result, we identified that new residents do not share a common representation about heritage and neighborhood, but rather a tension between three imaginaries: The neighborhood as an island of diversity, the neighborhood as a scene of distinction and the imaginary of neighborhood mobility. Finally, we discuss the possibilities and limitations of this lifestyle construction in heritage neighborhoods for the construction of a more diverse urban culture, considering alternatives to the restricted present integration of neighborhoods through the homogenization of consumption.

keywords | gentrification, heritage, urban culture.

Recibido el 26 de noviembre de 2014, aprobado el 24 de noviembre de 2015

E-mail: matus.christian@gmail.com

Introducción

El presente artículo tiene como objetivo describir y analizar el proceso de transformación cultural experimentado por el barrio Lastarria / Bellas Artes a partir de la primera década del siglo xxi, en el contexto de la renovación del centro histórico de Santiago.1 El énfasis está puesto en la forma en que los nuevos residentes construyen cultura urbana y estilos de vida distintivos a partir de nuevas prácticas, representaciones e imaginarios sobre el barrio y lo patrimonial.2 Los atributos que determinaron la elección del caso de estudio por sobre otros barrios asociados al centro histórico, tienen relación con: (i) su valor patrimonial tanto arquitectónico como histórico-cultural; (ii) su impacto en los medios de comunicación en términos de creación de imágenes urbanas de un centro urbano revitalizado; y (iii) la complejidad de actores y niveles de identidad involucrados en un territorio que congrega a jóvenes profesionales, artistas, intelectuales y minorías sexuales.

En el desarrollo del tema señalado, se expone primero un marco de referencia que establece las relaciones existentes entre los procesos de patrimonialización y gentrificación del centro urbano, y la construcción de estilos de vida e imaginarios patrimoniales. Posteriormente se ofrece una reconstrucción del proceso de transformación barrial, dando cuenta de cómo el barrio ha sido redescubierto como un atractivo escenario de cultura urbana que gatilla la tendencia a reocupar el centro a partir de prácticas de residencia, uso de espacios públicos y consumo cultural. En tercer lugar, se profundiza en las representaciones que construyen sobre el barrio sus nuevos residentes, de modo de contraponer los diferentes imaginarios urbanos que se encuentran presentes en sus discursos. Finalmente, el artículo se cierra con una reflexión sobre qué tipo de cultura urbana se construye producto de las dinámicas de transformación indagadas, sosteniéndose que el proceso actual de apropiación barrial por parte de nuevos residentes tiende más a recrear nuevas formas de diferenciación cultural, que a consolidar una vida urbana articulada sobre la base de la convivencia en una diversidad de grupos etarios y culturales.

Patrimonialización, gentrificación, estilos de vida e imaginarios patrimoniales

El centro de la ciudad siempre constituyó un espacio de gran simbolismo y significación para el urbanismo, tanto desde la perspectiva de la arquitectura como de la planificación, relevándose su condición de espacio público de excelencia que cumple un rol integrador y articulador de la ciudad (Carrión, 2003). No obstante, durante el siglo xx, los procesos de metropolización y expansión de la ciudad hicieron que el interés por el centro urbano, particularmente en América Latina, perdiera relevancia, al vivir este diferentes procesos de obsolescencia y decadencia (Centelles & Portela, 2006). En ese marco, el regreso al centro de la ciudad es gatillado por el impacto de los procesos de globalización, que determinan el desarrollo de una introspección cosmopolita que marca el cambio de tendencia desde un proceso de urbanización exógeno y centrífugo, a uno endógeno y centrípeto (Carrión, 2005). El proceso de revalorización del centro urbano coincide también con un cambio en la concepción del patrimonio, que plantea una mayor valoración de la cultura inmaterial (Unesco, 2003), lo que determina su puesta en valor en tanto centro histórico, y de sus barrios adyacentes, como barrios patrimoniales. La valoración de sus atributos históricos y culturales se lleva cabo a partir de instrumentos como declaratorias o normativas específicas de protección patrimonial, que establecen, desde una perspectiva institucional, lo que se entiende como patrimonialización (Rojas, 2014). La patrimonialización, en tanto práctica de planificación, gatilla directa o indirectamente el desarrollo de procesos y proyectos de renovación del centro histórico y de sus barrios adyacentes, que generan impactos socioterritoriales de gentrificación (Checa-Artasu, 2011; Olivera & Delgadillo, 2014). En este contexto, se entiende la gentrificación como un proceso múltiple, tanto económico como cultural, que incluye acciones de desplazamiento directo e indirecto de población que alteran la estructura de clases inicial de los barrios (Janoschka, Sequera & Salinas, 2013). Según plantean Davidson y Leeds (2010), existen ciertos factores que permiten caracterizar el impacto de los procesos de renovación urbana como efectos de gentrificación; entre ellos se cuentan: (i) desplazamiento directo o indirecto de grupos sociales de ingresos bajos; (ii) reinversión de capital; (iii) entrada de grupos sociales de más altos ingresos; y (iv) generación de cambios en el paisaje urbano. Como evidencian estudios de caso desarrollados en Estados Unidos de Norteamérica (Deutsche & Gendel, 1984; Zukin, 2010, entre otros), en Canadá (Ley, 2003) y Australia (Rofe, 2003), los antiguos barrios patrimoniales constituyen polos atractores de nuevos residentes y usuarios de clase medias y altas, muchos de ellos vinculados al mundo artístico y a las denominadas nuevas clases creativas (Florida, 2002), que se ven atraídos hacia al antiguo centro urbano por su “aura patrimonial”, desplazando a sus habitantes originarios e imponiendo nuevas prácticas y significaciones en relación con la residencia, el uso de los espacios públicos y el consumo cultural de bienes simbólicos asociados a la vida de centro urbano.

En Iberoamérica y Brasil, los procesos de gentrificación asociados a la puesta en valor cultural y patrimonial configuran un campo de estudio en creciente desarrollo. Destacan al respecto los estudios de caso que relevan las experiencias de gentrificación en barrios céntricos de Madrid, como Malasaña, Chueca y Lavapiés (García Pérez, 2014; Sequera, 2014), y los que abordan cómo se llevan a cabo en los centros históricos de México como Querétaro y Ciudad de México (Hiernaux & González, 2014). Otras investigaciones abordan el rol de la cultura y el turismo en la patrimonialización de barrios céntricos como San Telmo, la Boca y Palermo en Buenos Aires (Carbajal, 2003; García & Sequera, 2013; Gómez Schetinni, Almirón & González, 2011; Gómez Schetinni & Zunino, 2008); el barrio Da Luz en São Paulo (Frugoli Jr, & Sklair, 2009); o la zona portuaria aledaña al centro histórico de Río de Janeiro (Goulart Duarte, 2005).

También en Chile se desarrollan investigaciones centradas en la revitalización y transformación socioterritorial de barrios asociados al centro histórico. En ese marco, Schlack y Turnbull (2011) han llevado a cabo una reconstrucción del proceso de revitalización de los barrios Italia y Bellavista, resaltando el rol ejercido por los artistas en la fase inicial de transformación. Por su parte, Contreras (2011, 2012) plantea que el proceso de cambio socioterritorial que acontece en los barrios Bellas Artes, Brasil, Centro Histórico y Santa Isabel, marca el reemplazo de una clase media tradicional por una nueva clase media urbana, con ingresos similares o mayores que los de la población existente, pero con pautas de consumo y estilos de vida diferentes asociados a un gusto por lo estético, lo histórico y la búsqueda de centralidad como forma de articular proximidad laboral con localización residencial y/o proximidad a sus redes sociales y familiares. Por último, Insulza y Galleguillos (2014) aportan una reflexión sobre el carácter particular de la gentrificación en ciudades latinoamericanas, planteando la existencia de una latino-gentrificación que expresa un patrón híbrido, en el cual se mezclan elementos asociados a la gentrificación en ciudades tanto europeas como estadounidenses, con la inclusión de elementos propios de la arquitectura posmoderna.

Por su parte, la noción de ‘estilos de vida’ emerge como un concepto asociado a las prácticas simbólicas de los nuevos habitantes del centro urbano. A diferencia de la noción de identidad centrada en la pertenencia a un grupo y/o territorio (Larraín, 2001), el estilo de vida expresa una mirada más dinámica de los procesos de construcción de identidad. Su particularidad es que se constituye en torno a elementos como el gusto, que derivan de la pasión y la elección (Rocchi, 2002), siendo la electividad un atributo central para entender su maleabilidad en relación con la identidad personal. Desde esta perspectiva, la adhesión a un estilo de vida no solo puede cambiar en el contexto de una misma trayectoria vital, sino que se puede manipular y realizar en forma voluntaria como resultado de una opción personal.

Una revisión del concepto de estilos de vida plantea la existencia de tres enfoques necesarios de considerar. En primer lugar, Lash y Urry (1998) sostienen que los estilos de vida urbanos pueden entenderse como una respuesta a las necesidades de identificación, diferenciación y jerarquización que se desarrollan en el contexto de las grandes ciudades, siendo producto de una reflexividad estética, respuesta consciente a los estímulos que implica una elección. En ese marco, la construcción de representaciones sobre el patrimonio como vuelta a los orígenes y el redescubrimiento de un pasado glacial, idealizado y estereotipado en forma nostálgica, van a caracterizar la cultura urbana de las nuevas clases posindustriales.

Una segunda dimensión recoge los planteamientos de Zukin (1998) acerca del rol de la cultura y las identidades en las metrópolis posmodernas, y los de Rifkin (2002) respecto de la mercantilización de la experiencia de la vida urbana. En ese marco, los estilos de vida urbanos asociados al patrimonio constituyen un aspecto central del modo de producción de la economía simbólica (Zukin, 1995), pudiendo ser observados no solo en tanto productos, sino también como la materia prima de esta nueva economía urbana.

Finalmente, un tercer enfoque tiene que ver con la posibilidad de repensar los estilos de vida como prácticas de habitar asociadas a los imaginarios que los diferentes grupos sociales construyen sobre el barrio y la ciudad. Siguiendo a Lacarrieu (2007), los imaginarios urbanos constituyen una dimensión de la vida social a través de la cual los habitantes dan sentido, significan y representan sus prácticas cotidianas y, en consecuencia, generan sus identidades. Desde esta perspectiva, el patrimonio aparece asociado a las imágenes de barrio y ciudad de las elites latinoamericanas, invisibilizando las expresiones culturales de otros sectores sociales. En la misma línea, Hiernaux (2007) afirma que el uso y apropiación de los centros históricos patrimoniales por parte de las elites urbanas se caracteriza por la fuerte imbricación entre sus prácticas culturales y los imaginarios urbanos que ellas producen en relación con lo patrimonial. La centralidad que dichas prácticas asumen en la creación de imaginarios urbanos está dada por la capacidad que tienen las elites de imprimir su influencia sobre las producciones que hacen los medios masivos de comunicación. Son actores que construyen con frecuencia una relación simbiótica con los grupos políticos, tienen un papel destacado en la producción del espacio urbano y determinan muchas veces nuevas pautas de apropiación del mismo.

Por su parte, Lindón, Aguilar y Hiernaux (2006) sostienen que resulta fundamental analizar la confrontación de dos imaginarios dominantes en los centros históricos de ciudades latinoamericanas: uno patrimonialista, que idealiza el pasado y busca preservar formas espaciales de culturas urbanas anteriores; y otro posmoderno, que opera con el rompimiento de la continuidad espacio-temporal contemporánea, llevando a la pérdida de la memoria y de la tradición y facilitando la fragmentada coexistencia de distintos estilos arquitectónicos de diferentes tiempos.

El proceso histórico de transformación de Lastarria y Bellas Artes

Para entender el proceso de transformación urbana del barrio Lastarria / Bellas Artes, es necesario un breve análisis histórico de sus fases de desarrollo en relación con el centro de Santiago, a fin de entender que su devenir actual es producto de un proceso histórico de cambio y continuidad del uso y las prácticas del habitar dicho centro. Sintéticamente podemos establecer que el barrio ha pasado por a lo menos cuatro fases antes de llegar a su actual presente patrimonial: (i) origen y constitución del tejido barrial (siglo xvi-1850); (ii) consolidación de Lastarria y emergencia de Bellas Artes (1850-1930); (iii) auge y transformación de la zona como barrio céntrico moderno (1930-1973); y (iv) decadencia del barrio y del centro en general, tras el golpe militar (1973-1981 (figura 1).

En una primera fase, la estructura inicial del barrio es definida por sus particulares condiciones históricas y geográficas determinadas por los límites naturales del Santiago Fundacional (1541): el cauce del río Mapocho, un afluente de este, La Cañada (hoy Alameda Bernardo O’Higgins) y el cerro Santa Lucía. Se trata de un espacio configurado inicialmente por chacras y solares localizados al oriente del Santa Lucía, donde los primeros colonos españoles producían vino y otros géneros agrícolas. Fue a partir de la subdivisión de dichos predios y la construcción de un conjunto de primeras casas, junto con la edificación de la iglesia de la Veracruz (1857), que Lastarria constituyó uno de los primeros barrios de Santiago.

figura 1 | Fases históricas del barrio previas a su revitalización

fuente elaboración propia

Un segundo momento de su desarrollo está marcado por la remodelación del cerro Santa Lucía (1872), realizada por el intendente Vicuña Mackenna. Esta reforma amplió la atracción del barrio hacia la aristocracia santiaguina, tendencia que terminó de consolidarse con la edificación del Museo Nacional de Bellas Artes y el emplazamiento del Parque Forestal en su entorno para el Primer Centenario (1910). En este periodo, el sector ya constituía un barrio ecléctico en el que coexistían casonas y palacios lado a lado de conventillos, cuya estructura de propiedad planteaba la convivencia entre una elite político-intelectual –configurada por una mezcla de arquitectos, escultores, escritores y actores políticos de corte liberal– y familias provenientes de sectores populares. Se trata de un periodo de auge del barrio y del centro santiaguino, en el que surgió una nueva generación de artistas y escritores que, asociados a las primeras vanguardias, harían uso del barrio en su calidad de territorio de residencia y, a la vez, como espacio de encuentro.

Una tercera fase de transformación articula el barrio al proceso de modernización del centro de Santiago. La aplicación de las sugerencias del Plan Brunner (1939), que planteaba la preservación de un espacio exclusivo para el desarrollo de usos mixtos a nivel de la calle, aportó a consolidar su carácter urbano. Mientras se difundía el modelo de la casa con patio y de la ciudad jardín en comunas como Ñuñoa, Providencia y el barrio de El Golf (Pérez, 2012), el entorno del Bellas Artes y de Lastarria, con la edificación de los primeros departamentos de renta diseñados por connotados arquitectos, que aportaron valor estético y constructivo al barrio, se constituyó en un polo atractor de nuevos residentes en búsqueda de vida urbana. Junto con estos, una nueva camada de artistas se instaló en el barrio. Jodorowsky y Noisvander con sus talleres en calle Villavicencio, y Nemesio Antúnez con su casa y taller en el sector, activarían, junto con la instalación del teatro La Comedia en calle Merced y la Casa de la Luna Azul en Villavicencio, la renovada vida cultural del sector en los años sesenta y setenta. Pero este periodo de auge culminó abruptamente con el golpe militar de 1973, hito que modificaría no solo la vida del barrio, sino la dinámica global de uso del centro santiaguino. Se inicia entonces un largo periodo de decadencia en la vida del sector, caracterizado por la interrupción del vínculo histórico que ligaba el barrio con la cultura urbana del centro. Las consecuencias en el espacio público se sintetizan en un periodo caracterizado por la expulsión de antiguos residentes, la demolición de edificios y casas, el cierre de locales artísticos, la emergencia de usos vinculados a la vida nocturna y la presencia de prostitución en el entorno, todas dinámicas que devalúan la imagen urbana del barrio. Luego, en la posdictadura, Lastarria y Bellas Artes viven un proceso de repoblamiento liderado por una elite urbana de nuevos residentes que activan su puesta en valor residencial, cultural y económica, la que se ve reforzada por la protección patrimonial impulsada desde el Municipio de Santiago entre 1996 y 2003, que contribuye a crear la imagen urbana actual de un solo macrobarrio cultural, que constituye nuestra área de estudio (figura 2)

El análisis intercensal desarrollado para el periodo 1992-2012 (figura 3) permite caracterizar la tendencia de cambio sociodemográfico que acontece en el barrio a lo largo de las últimas dos décadas: reemplazo de los antiguos residentes por un nuevo residente joven y adulto joven, soltero, sin hijos y que mantiene un alto consumo cultural.

figura 2 | Área de estudio

fuente elaboración propia

figura 3 | Evolución estructura sociodemográfica y tipos de vínculo en Lastarria / Bellas Artes, 1992-2012

fuente elaboración propia con base en censos de población y vivienda 1992, 2002 y 2012

Este perfil, no muy diferente del nuevo residente que habita en otros barrios de Santiago Centro (De Mattos, Fuentes & Link, 2014), fue profundizado desde el enfoque cualitativo, que permitió establecer la existencia de dos generaciones de nuevos residentes. Por un lado, una generación pionera de colonizadores urbanos (figura 4), que se estableció en el barrio entre 1990 y 2000, caracterizable como una vanguardia urbana compuesta por tres subgrupos: artistas, neobohemios, y una fracción de la elite profesional-creativa de los noventa. Estos grupos constituyen una generación intermedia, que todavía construía lazos sociales con las generaciones de vecinos más antiguas, ya que algunos eran exresidentes que vivieron su juventud en el barrio y que volvieron a redescubrirlo en un nuevo contexto. Por otro lado, una segunda generación de nuevos residentes, caracterizada como seguidores urbanos (followers) o trendsetters (Urteaga, 2007), que protagonizan el actual proceso de repoblamiento a partir del descubrimiento personal de un territorio que les otorga un sentido de pertenencia distinto al de sus barrios de origen y les permite acceder al beneficio simbólico de la distinción. La generación pionera (figura 4) redescubre el barrio, generando una tendencia de colonización que, al ser destacada por los medios, logra atraer a una nueva generación de seguidores urbanos que se instalan a partir de la última década. En este proceso posicionan Lastarria / Bellas Artes como un barrio de moda, calificación asociada a la revalorización de su patrimonio arquitectónico que, de la mano de una nueva economía cultural, invita a quedarse para hacer vida urbana.

figura 4 | Los protagonistas del proceso de transformación barrial

fuente elaboración propia a partir de etnografía, entrevistas y focus groups

Un hallazgo del estudio remite a la existencia de mayor diversidad social que lo previsto dentro de la actual generación de residentes barriales. En efecto, la nueva ola migratoria hacia el centro, a diferencia de su predecesora, se encuentra constituida no solo por los hijos de las elites, sino por jóvenes y adulto jóvenes followers (figura 4), tanto del barrio alto como de comunas tradicionales de sectores medios o de nuevas y emergentes comunas asociadas a los nuevos sectores medios, e incluso a nuevos residentes que provienen de sectores medios-bajos.

Con la declaratoria patrimonial como Zona Típica de la parte central de Lastarria (1996) y del entorno del Parque Forestal (1997), el barrio empieza a adquirir una nueva visibilidad, asociada a un atributo cultural crecientemente valorado en tanto elemento de distinción, como es el patrimonio. Para la puesta en valor del barrio, ha sido fundamental la valoración del rico patrimonio material acumulado en su arquitectura desde su constitución a fines del siglo xix. La obra ecléctica de Kulchevsky, y la presencia de los denominados ‘edificios modernistas’ construidos a ambos costados del eje José Miguel de la Barra y en calle Ismael Valdés Vergara frente al Parque Forestal, consolidan y proyectan el carácter del barrio, expresando cómo la llegada de la modernidad a la arquitectura chilena se refleja en la identidad arquitectónica de Lastarria y Bellas Artes. En particular, la puesta en valor del patrimonio de ambos barrios a partir de las declaratorias correspondientes contribuye a su significación como “espacio de autenticidad” (Méndez & Barozet, 2012), en oposición al contexto de un centro urbano caracterizado por el crecimiento indiscriminado y homogéneo de edificación en altura.

Al prestigio que determina su declaración patrimonial, se suma el rol central de los medios en la difusión de imágenes culturales que asocian la renovación poblacional y cultural del barrio, con la creación de una nueva cultura y estilos de vida urbanos. En ese marco, la revisión de prensa desarrollada para el periodo 1999-2010 expresa la clara tendencia de los medios a producir estilos de vida asociados al barrio Lastarria / Bellas Artes, articulando gustos y dispositivos de distinción de la cultura urbana local, con tendencias globales de consumo cultural urbano. Ejemplos de esto son diversos reportajes que identifican a los habitantes y usuarios barriales en tanto variantes locales de tribus de consumo urbano global (Maffesolli, 1990), como los hipsters (Lenore, 2015), los bobos (Brooks, 2001), o como expresión local de nuevos grupos de consumo asociados al cambio en las relaciones de género y construcción de vínculos amorosos, como los dinkys (Korb, 2012), en referencia al estilo de vida de las parejas de profesionales de altos recursos sin hijos, o las lats (Levin, 2004), parejas estables de diferente o el mismo sexo que establecen residencia en domicios separados. Otro aspecto relevante para entender la puesta en boga del barrio lo constituye el vínculo con la comunidad gay, que comenzó a visibilizarse a mediados del 2000 con la reutilización de muchos espacios barriales en decadencia como espacios de consumo gay. Se produce una suerte de colonización a través del consumo cultural, con la emergencia, a partir de 2005, de espacios como los cyber café gay y los café de José Miguel de la Barra, los cuales, junto con otros espacios de consumo cultural gay friendly, se integran a una nueva cartografía barrial.

Todas estas transformaciones reconfiguran Lastarria / Bellas Artes en una nueva centralidad urbana, con una dinámica económica propia en términos de la concentración y aglomeración en su territorio de un clúster de servicios vinculado a la economía simbólica, que provee a los nuevos residentes y usuarios del barrio de bienes y espacios de consumo distintivo. Como se aprecia en el mapa de nuevos usos barriales (figura 5), en los principales ejes de Lastarria se concentra un amplio número de tiendas y servicios asociados, que incluyen locales de diseño de ropa y accesorios indumentarios, de muebles, y nuevas ofertas de salones de belleza. Junto con estos, se consolidan nuevos espacios culturales, los cuales se suman a la oferta histórica que provee el entorno del Bellas Artes y del Museo de Artes Visuales, en Plaza Mulato Gil de Castro.

figura 5 | Nuevos usos barriales, barrio Lastarria y Bellas Artes

fuente plano nuevos usos, lastarria y bellas artes. gentileza j. allard, escuela diseño, pontificia universidad católica de chile (puc), 2010

Finalmente, una característica destacable particular del proceso de gentrificación cultural del barrio tiene que ver con la rapidez con que acontece el proceso. El acelerado cambio se trasunta en una imagen de barrio híbrido (García Canclini, 1992), expresada, por una parte, en el eclecticismo de una arquitectura europea representativa de estilos como el art nouveau, el art decó y el modernismo; y por otra, en la arquitectura posmoderna de los edificios corporativos y de renovación urbana que abundan al poniente del cerro Santa Lucía y en el entorno del sector Bellas Artes, a la que se suma la presencia, en el entorno de Lastarria, de una infraestructura a escala metropolitana, como es el Centro Gabriela Mistral (gam), inaugurado en 2010, en lo que fue el edificio unctad.3

Estilos de vida e imaginarios urbanos:
entre la diversidad, la distinción y la movilidad

Retomando lo planteado en el marco de referencia sobre el vínculo entre estilos de vida urbanos e imaginarios urbanos, ahondaremos en las principales representaciones que construyen sobre el patrimonio y el barrio patrimonial los nuevos residentes. En ese marco, se constató la existencia de al menos tres imaginarios que, dependiendo del tipo de patrón residencial, condición generacional, procedencia barrial e inserción socioeconómica del residente, adquirirán mayor o menor presencia.

Un primer imaginario, el del barrio como isla de diversidad, lo representa como una excepción dentro de la cultura urbana santiaguina, un símbolo de calidad de vida condensado en imágenes que rescatan como cualidad barrial ciertas experiencias de uso del espacio público –por ejemplo, la caminata y el uso de la bicicleta– y prácticas asociadas a un ideal de diversidad urbana –por ejemplo, el vínculo con almaceneros, anticuarios y comerciantes del barrio–. Los nuevos residentes adultos-jóvenes eligen vivir en un barrio amable, humano, con lugares de encuentro entre personas diferentes, opción que permite desmarcarse del estilo de vida de la casa con jardín o del condominio cerrado, que aparece como espacios inhóspitos y asfixiantes donde no se construyen relaciones sociales:

Ojalá todo Santiago fuera así, porque me parece [un barrio] más amable. Yo no quiero las casas con piscina y con perreras (…) me parecen que son súper inhóspitas en general (…) en cambio esto a mí me parece que es humano (…) edificios con espacios razonables cerca de plazas, institutos culturales, bares y restaurantes, el mercado, la Vega, yo creo que son lugares de encuentro de clase también (…) es importante como cable a tierra, si no realmente vives en guetos y eso a mí me da temor, me asfixia... (Pamela, 40 años, historiadora, propietaria en barrio Lastarria)

Un atributo que los nuevos residentes valoran del barrio tiene relación con su carácter eminentemente urbano, que hace que sea un territorio que no se cierra al flujo y movimiento que representa la vida del centro de Santiago. Lo que rescata y en cierto modo descubre el tramo más joven de los residentes, es el cuerpo de valores de un centro urbano, el cual, a partir de la pluralidad de sus espacios, dispone de todos los usos demandados por un habitante joven:

Es súper importante ir en la semana a pie a la Vega (…) demoro doce minutos; voy siempre a los supermercados chinos a comprar cuestiones, voy al mercado central a comprar pescado… no sé, tenís Bellavista para carretear, tenís el centro de Santiago, que a mí me encanta ir al centro y caminar por entre las personas (…). Es un barrio que está lleno de movimiento, le podís tomar el pulso a la ciudad (…) la velocidad del cambio de la ciudad. (Rodrigo, 32 años, psicólogo, propietario en barrio Lastarria)

Se trata también de la narrativa de un barrio vibrante, donde pasan cosas, donde una acción central es observar los usos cotidianos del espacio público por parte de otros actores no residenciales. Es notoria la preponderancia que se da a la actividad de contemplar la diversidad en movimiento:

Yo (…) salgo el domingo y me siento en la calle en las banquitas que están bajo de la casa y me puedo quedar toda la tarde viendo la gente pasar, desde la abuelita hasta el pokemón. Siempre pasan cosas solo con sentarse a mirar (…) te entretiene y eso me gustó, por eso me quede aquí. (Hombre, focus group mixto, 20-30 años, Lastarria / Bellas Artes)

No obstante, la reivindicación de la diversidad se contrapone en el imaginario con la percepción de aquellos nuevos residentes que se autoidentifican como parte de minorías sexuales, los que manifiestan vivir en un contexto de disciplinamiento dado por la construcción de una imagen superficial de diversidad, que se limita a validar su participación en el consumo. En efecto, y pese a residir en un espacio del centro, la imagen que prevalece en el imaginario de las personas gay y lésbicas entrevistadas es la de una diversidad aislada y encapsulada, que se articula a un barrio de fronteras más fijas que porosas, donde la expresión de la diversidad sexual es validada solo a partir de las reglas del consumo.
Es así como el Parque Forestal y los cafés localizados en José Miguel de la Barra configuran un espacio público de apertura a la expresión de identidad que no se irradia al espacio urbano más amplio de la ciudad, en donde, pese a la cercanía, opera la normatividad cotidiana de la ciudad, devenida otra vez en una imagen adversa, en oposición al cómodo refugio del barrio.

Un segundo conjunto de representaciones corresponde a lo que denominamos imaginarios de la distinción, que hacen prevalecer, por sobre el orgullo de pertenecer a un barrio diverso, los códigos de la diferenciación y la construcción de ‘autenticidad’ en el plano de la elección de vivienda y el consumo cultural de bienes patrimoniales. En el análisis de la relación que se establece con los espacios residenciales, encontramos diferencias en torno a los significados que se asocian al vivir en un departamento patrimonial, existiendo discursos que colocan el acento en los atributos técnicos y materiales del edificio, y otro que pone énfasis en su carácter histórico y simbólico. Los entrevistados que eligen vivir en departamentos de corte patrimonial manifiestan un conocimiento específico de los edificios que componen el barrio, de sus estilos arquitectónicos y su contexto de edificación, y una valoración positiva de sus atributos como espacio de residencia. Su acercamiento a lo patrimonial tiene que ver con el valor de su arquitectura, y cómo dicha riqueza estilística y constructiva otorga al departamento un aura de autenticidad que hace que el recinto sea percibido por el arrendatario como un bien simbólico, único, que no es elaborado en serie. La apreciación de la calidad y el estilo arquitectónico de los departamentos ubicados en la Zona Típica de Lastarria, produce en sus dueños un orgullo asociado a la posesión de un bien distintivo con una identidad y carácter particular.

Mi padre me lo dice mucho, “por qué no vivís en un departamento nuevo, impecable”, pero (…) me pasa que siento que los departamentos tan nuevos, uno: escuchái a todo el mundo, dos: los encuentro que son... como poco reales, como de mentira (…) no quiero más las ventanas que no cierren bien, pero tampoco me quiero cambiar a algo prefabricado… (Catalina, 31 años, documentalista, arrendataria, barrio Bellas Artes)

En ese marco, vivir en un departamento patrimonial otorga un sentimiento de autenticidad, que se contrapone a la imagen de despersonalización que proyecta la oferta residencial de departamentos nuevos. En ese marco se percibe el departamento patrimonial como un espacio y bien único e irrepetible, a diferencia de la serialización con que se caracteriza a la edificación de renovación urbana contemporánea. A partir de la valoración del departamento patrimonial, los jóvenes provenientes de clases altas elaboran un relato acerca de por qué se debe vivir en el barrio, discurso que conecta con el ‘imaginario de la distinción’. Se construye un idealizado vínculo previo con el departamento patrimonial como bien simbólico, elaboración mítica que acerca el objeto / vivienda a quienes lo usan y lo hace familiar, con lo que la elección residencial de vivir en el centro patrimonial no plantea una ruptura con el contexto parental, como señalan otros entrevistados, sino más bien genera y recupera una continuidad con la historia y la tradición familiar, retomando la trayectoria de residencia céntrica de la generación de los abuelos, previa a la migración de las elites del centro al sector oriente de la ciudad:

Yo quería vivir en el barco y... ya estoy viviendo en el barco. Mi abuelo era abogado y su compañero de clase era Jaime Martínez Williams, el que escribió el Libro Blanco.4 Él toda la vida ha vivido ahí (…) con mi abuela la Laura Tapia (…) y yo siempre quería vivir ahí. (María José, 27 años, periodista, arrendataria, barrio Bellas Artes)

Por último, para otros residentes la elección no tiene que ver con la valoración del pasado por sí mismo, sino con la diferenciación respecto de la oferta inmobiliaria presente, que no responde a las necesidades de vivienda del residente actual. Refuerza la elección la comparación por oposición entre el edificio antiguo y el nuevo prototipo de edificación urbana representado por los producidos por la empresa Paz Froimovich, contraponiéndose la calidez patrimonial a la frialdad del departamento de renovación urbana, la calidad constructiva de lo antiguo a la falta de espacio de lo nuevo.

Sin juzgar obviamente a la persona que compra un departamento Paz Froimovich, está transando un montón de cosas por vivir en este lugar... desde el espacio, el valor del departamento (…) una persona que vive en un departamento así, busca justamente lo opuesto a lo que busca una persona que vive en un departamento como el nuestro. (Focus group, mujeres 20-30 años, Lastarria / Bellas Artes)

Estas representaciones ponen de relieve la existencia de diferentes comportamientos en relación con el consumo en los distintos tipos de nuevos residentes. En ese marco, los residentes que provienen de sectores medios crean categorías para diferenciarse de los estilos de vida basados en comportamientos de consumo ostentoso, asociados a los estilos de vida de residentes que provienen de las clases altas:

El “shúper” es como el joven entre 25-35 años que jura que su onda es única, pero como todos juran que es única, al final se pueden homologar (…) son cultos, les gustan los museos, las exposiciones, les gusta leer, tienen bigotes de neopobre, y yo te hablo de eso porque lo examino y tengo la vitrina y puedo estar lleno de prejuicios, pero el bigote de neopobre, la zapatilla ochentera pero comprada en la tienda de marca (…) se viste con ropa vintage… ese es el “shúper”, el tipo que cree ser súper único y especial, pero al final ninguno es especial. (Daniel, 27 años, locatario barrio Lastarria)

Las imágenes de lo shúper y del neopobre hacen visible un conflicto al interior del campo simbólico del barrio patrimonial como escenario de disputa entre un actor medio que accede al consumo del barrio como un ‘recién iniciado’, y un actor residencial juvenil que se sentiría propietario del hábitus (Bourdieu, 1998) requerido para construir el estilo de vida urbano, de vivienda y consumo adecuado, produciéndose un juego de espejos y de imágenes entre unos y otros. Por su parte, los grupos de residentes de sectores altos parecieran defender la hegemonía tanto sobre el espacio real (el barrio), como sobre el espacio simbólico, y el gusto y distinción asociados a dicho escenario barrial. En ese marco, la masificación del consumo distintivo pareciera ser vista como pérdida del valor distintivo del lugar, al igual que acontece respecto del estilo residencial, con el temor al estilo Paz Froimovich asociado a las emergentes clases medias.

Un tercer tipo de representación del barrio articulada al nuevo residente tiene que ver con lo que denominamos ‘imaginarios de la movilidad barrial’, en los que se agrupan las imágenes culturales que nuevos residentes construyen sobre el barrio, en las que reconocen su condición transitoria y su procedencia de diferentes sectores sociales. Siguiendo lo anterior, en el proceso de tránsito a su consolidación tanto material como simbólica en tanto adultos, ensayan estilos de vida cercanos a su ideal de vida futura, proyectando en el barrio cómo será su identidad laboral, su vida en pareja o su vida urbana fuera del país cuando migren por motivaciones de trabajo, estudios o proyecto de pareja.

En ese marco, encontramos un segmento de la clase media alta que decide explorar una movilidad descendente, la cual le permite experimentar un vínculo con lo urbano del que no le proveía su barrio de origen, dando cuenta con ello de una travesía que lo des-localiza de su lugar de origen y lo lleva de vuelta al centro de la ciudad. Se construye, entonces, un relato personal estructurado a partir de las motivaciones para migrar al centro, fundamentadas en la búsqueda de un cambio de contexto en relación con el ambiente social y cultural en el que estos migrantes se encontraban previamente ubicados, barrios de origen asociados a estilos de vida residenciales de los cuales se desean desmarcar. En ese sentido, la idealizada vida de barrio del centro ofrece una oportunidad para ser sujeto, ser una persona reconocida por otras en el barrio, alguien que sale de la homogeneidad y del maqueteado estilo de vida de la casa con patio del barrio alto. A la homogeneidad y repetición de la mismidad, se opone el deseo de contar con un espacio que permita conciliar el sentido de diferenciación con el de pertenencia:

Vengo de una casa con patio, con tres pisos, pero pareada, donde todas las casas son iguales, y es como vivir como en una maqueta un poco... Y eso es lo que busqué al salir de ese barrio; era como salirme de esa maqueta donde uno no conoce a la gente de las tiendas, no hay vida de barrio, y acá en el centro hay vida de barrio. Es una de las cosas importantes que me interesa buscar, sobre todo porque vivo sola (…) una crea redes con la gente que trabaja en el barrio (…) aquí me fían. (Catalina, 31 años, comunicadora visual, arrendataria, Bellas Artes)

Por su parte, en los entrevistados que provienen de comunas tradicionalmente asociadas a los sectores medios, como Ñuñoa, se percibe una motivación similar. En ese marco se potencia la valoración del irse a vivir solo, fuera del círculo familiar. En ese sentido, el desplazarse al centro de la ciudad se percibe como una experiencia iniciática de autonomía. Se trata de un ensayo que permite salirse del ordenado y cotidiano modo de vida familiar, explorando un estilo de vida más urbano y abierto a la movilidad de la ciudad, mayormente asociado a la identidad personal en términos de ser la conducta adecuada a una etapa biográfica que se expande y que se expresa en la posibilidad social de ser “adulto-joven”, y en el deseo de extender la juventud viviendo en un espacio autónomo y diferenciado del barrio familiar:

Yo he vivido toda mi vida en Ñuñoa (… ) pienso que es el mejor barrio de Santiago y ahora que vivo acá me doy cuenta que es el mejor barrio de Santiago del punto de vista de la familia, pero como yo me considero joven aún, adulto joven, para mí este barrio es insuperable… la oferta de entretención, cultura, conectividad con la ciudad… (Juan Manuel, 31 años, psicólogo, propietario, barrio Lastarria)

La otra faz del fenómeno está planteada por la movilidad ascendente, representada en la experiencia de parte importante de los residentes y también de algunos locatarios. En este caso nos referimos a los que suben al centro. A diferencia del relato de las clases altas, la narrativa de los residentes de las nuevas clases medias no hace tanto énfasis en el deseo de autonomía familiar, de emancipación de la casa de los padres, como en el relato del camino, del esfuerzo y éxito personal, que les permitió llegar a vivir en el barrio a pesar de provenir de comunas periféricas como La Pintana, Cerro Navia y Renca, entre otras:

O sea, yo te puedo asegurar que soy de los pocos casos que viene de Cerro Navia, y que monta un negocio en el barrio y vive en el barrio… y además, que dice que es de Cerro Navia… porque cuando uno pasa una barrera, ya no te produce escozor, ya no eres discriminado… (Marcos, 27 años, licenciado en Filosofía, arrendatario, barrio Bellas Artes)

La función que cumple el barrio como escenario de construcción de identidad personal permite entender los ejercicios de desmarcamiento de sus identidades de origen que desarrollan nuevos residentes abajistas y aspiracionales. En el mismo proceso se encuentran jóvenes de clases altas, deseosas de desmarcarse de su identidad social del barrio alto y acceder a experiencias de vida más amplias que las que les proveen sus barrios de origen. En el caso inverso, los jóvenes de clase media baja o media emergente, hombres y mujeres, asocian el barrio a una trayectoria ascendente de identidad que les permite sentir que cumplen con éxito sus proyectos de vida. Para ambos grupos de seguidores urbanos, es fundamental la elección del barrio para construir y visibilizar su actual construcción de identidad personal y social.

Conclusiones

En un escenario marcado fuertemente por el consumo cultural, el barrio Lastarria deviene un espacio apropiado y apropiable en función de diferentes estilos de vida, que pueden ser leídos como un ejercicio de una generación de jóvenes urbanitas por desmarcarse de la rígida estructura de clases de la sociedad santiaguina. En efecto, si la migración de los sectores de altos ingresos hacia el sector oriente estuvo marcada por la seducción que ejerció en el imaginario de dichas elites urbanas el modelo de ciudad jardín, que valoraba principalmente el tamaño de la casa y su terreno así como la tranquilidad del barrio residencial, es precisamente el descontento y malestar con ese rígido modelo –que deviene en un estilo de vida segregado– lo que seduce al retorno al centro de la ciudad, no solo a los hijos y nietos de las elites tradicionales, sino a un segmento relevante de las nuevas clases medias que desembarcan, al menos un instante, en Lastarria / Bellas Artes.

Los resultados del estudio plantean la inexistencia de una imagen o representación compartida sobre el barrio por parte de la nueva generación de habitantes jóvenes y adultos jóvenes de sectores altos y medios. En ese marco encontramos la tensión entre un imaginario que valora crecientemente el uso de los espacios públicos y el desarrollo de relaciones sociales en el barrio –entendido como escenario de encuentro urbano, y representado por el imaginario como isla de diversidad–, contrapuesto a una tendencia de apropiación del barrio patrimonial como campo de un sofisticado consumo cultural, que se expresa en los imaginarios de la distinción. A la vez, encontramos representaciones del barrio que ponen acento en su condición de escenario transitorio de exploración, que permite diversificar las trayectorias de vida y las identidades personales, aportando un mecanismo de desmarcaje de la rigidez de las identidades de origen territorial y de clase, representaciones que se expresan en imágenes de ascenso y descenso simbólico y social encarnadas en lo que denominamos imaginarios de la movilidad barrial.

El análisis de las representaciones de los nuevos residentes plantea la contraposición de dos lógicas de construcción de sentido: una que aspira al fortalecimiento del uso del espacio público y de las relaciones que se dan en él, y otra en la que predomina la construcción de sentidos colectivos e individuales en el consumo. En ese marco, podemos sintetizar esta tensión en dos imágenes culturales, que representan el proyecto de barrio en tensión: la de un barrio-isla, como territorio de refugio donde se construye una identidad urbana más diversa, que valora un estilo de vida residencial y de vínculos barriales alternativo a las propuestas de la edificación en altura; y el modelo tradicional de la ciudad-jardín, versus la imagen del barrio-vitrina como espacio de flujo, movimiento y exhibición de nuevas identidades y estilos de vida.

Es posible postular la indudable correlación entre la experiencia de fragmentación urbana de la metrópoli santiaguina y la búsqueda de una nueva generación que quiere construir estilos de vida residenciales más abiertos a la heterogeneidad y a la vida de ciudad. No obstante, esta apertura al otro es limitada y provisoria, no asienta raíces en una cultura de la diversidad, ya que en ella la valoración de lo diverso se construye desde lo simbólico y no desde el encuentro real en la geografía del espacio público barrial. El nosotros imaginario del consumo no logra configurar arraigo territorial, ni articularse a una propuesta de construcción de un proyecto de comunidad en el territorio en tanto residentes, ya que el imaginario de futuro es siempre migrar.

Identificamos a lo menos tres dificultades u obstáculos para la consolidación de una cultura urbana que integre la diversidad y la irradie hacia el campo más amplio del centro de la ciudad, y del resto de la metrópoli. La primera tiene relación con el predominio de la lógica del urbanismo escenográfico (Lacarrieu, Caman & Girola, 2006). En efecto, el análisis de las prácticas barriales permite plantear que el paisaje de consumo del barrio se construye a partir del predominio de la lógica del espectáculo y la espectacularización de las prácticas, en donde es fundamental observar y ser observado para participar de la escena barrial, predominando en ese sentido los códigos de la representación por sobre los del encuentro y el diálogo. Se detecta que en espacios tradicionalmente asociados a un uso de sociabilidad, como el bar, el café y el espacio público urbano, predominan los códigos de la expectación, de la vitrina, la pasarela y el espejo, desapareciendo el componente creativo que incorporaba el encuentro de mundos sociales y culturales. En ese marco, la discusión sobre el rol que tiene la identidad gay en el barrio genera un contrapunto interesante que interroga el imaginario de la diversidad, cuestionando el disciplinamiento que se hace de las identidades sexuales al integrarlas solo a partir de su participación en el consumo.

Una segunda dificultad tiene que ver con la prevalencia de una lógica de construcción de identidad barrial que, pese a las condiciones del espacio apropiado y a la búsqueda de diversidad expresada, se queda encerrada en el temor al otro, que apela permanentemente a establecer fronteras identitarias, las cuales clausuran la construcción de un nosotros más amplio que el que genera el compartir un mismo hábitus y dispositivo de apreciación del consumo. En ese sentido se plantea una lógica de comunidad purificada (Sennett, 2002), en donde (re)emerge el imaginario del cual muchos de los residentes planteaban huir al migrar al barrio céntrico. La idea de comunidad barrial de este tipo de nuevo residente devela un temor no al otro radicalmente distinto, sino al otro cercano, que tiene el mismo acceso económico pero que no comparte el mismo hábitus, para poder vivir en el barrio.

Una tercera constatación es la no existencia de conexiones densas entre los nuevos vecinos y los antiguos residentes, puesto que no aparecen mayormente en sus representaciones. En ese marco, la preeminencia en el nuevo residente de un imaginario que asume su transitoriedad y movilidad dificulta el arraigo y la construcción de un proyecto de futuro territorial. A esto se suma la ausencia de un relato barrial, dado que la identidad territorial indagada en la reconstrucción histórica parece no haber sido apropiada por parte del nuevo residente. Queda así pendiente el desafío de construir una narrativa contemporánea sobre su identidad que recoja y reposicione en un nuevo relato e imaginario de barrio, los elementos del pasado que hoy siguen dando continuidad a la vida de este particular barrio patrimonial.

En síntesis, el análisis de los imaginarios asociados a los nuevos residentes de Lastarria / Bellas Artes interroga la cultura urbana que emerge de la renovación patrimonial del centro, permitiendo establecer que no crea por sí misma una experiencia de espacio público más amplia y diversa. La relación con el patrimonio que pareciera primar no es expresión de un modo de habitar y construir relaciones en el espacio público, sino –como lo señalan múltiples entrevistados– la de un escenario, un agradable fondo que provee beneficios simbólicos, en el cual se disponen los diferentes estilos y distinciones en el consumo. Lo patrimonial deviene entonces un signo / código de gusto, más que en un valor asociado a un modo de relacionarse con el entorno o la valoración de una identidad territorial, de un modo de vida que articule a nuevos y antiguos residentes en un mismo vecindario. No obstante, se pueden encontrar elementos desde donde pensar un punto de partida para la construcción de una cultura urbana más densa y sustentable. Ellos se encuentran precisamente en las prácticas de desmarque o en el malestar crítico de nuevos residentes que se resisten a las experiencias maqueteadas de consumo de identidad que ofertan los locales y espacios del barrio. En esa línea es recomendable potenciar la creación y consolidación de espacios intersticiales (Mongin, 2006) de encuentro entre generaciones y tipos de usuarios barriales, que rescaten la diversidad inherente al barrio en tanto frontera porosa que articula el centro urbano con la vida de barrio, espacios incluyentes a medio camino entre el barrio puertas afuera y la recuperación del barrio como espacio plural, de encuentro histórico no sometible a las reglas de la “comodificación” y regulación por la homogeneidad del consumo.

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1 Este trabajo sintetiza parte de los resultados de la tesis doctoral “La cultura urbana y los estilos de vida en la revitalización de un barrio patrimonial del centro histórico de Santiago. El caso Lastarria / Bellas Artes”, desarrollada para el doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y elaborado en el marco del proyecto Cedeus (Centro de Desarrollo Urbano Sustentable) / Fondap (Fondo de Financiamiento de Centros de Investigación en Áreas Prioritarias) / Conicyt (Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile), Nº 15110020.

2 Para cumplir con dicho propósito se elaboró una estrategia de investigación cualitativa, de corte etnográfico, que combinó la aplicación de técnicas de observación participante, entrevistas semiestructuradas a informantes claves, focus groups, entrevistas en profundidad, con el registro fotográfico, la revisión de fuentes secundarias, y un análisis intercensal del período 1992-2002-2012 en el área de estudio.

3 El Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral, gam abrió sus puertas en septiembre de 2010. Se emplaza en un edificio histórico del centro de Santiago que se inauguró en 1972 como sede para la Tercera Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas, unctad iii, donde se discutió cómo superar la pobreza. Se construyó bajo el gobierno de Salvador Allende, en un tiempo récord de 275 días. Fue un hito latinoamericano de modernidad arquitectónica y utopía constructivista. En su diseño y realización participó ampliamente la ciudadanía, que luego lo utilizó como punto de encuentro cultural. En gam, Historia, “1970 Memoria”, http://www.gam.cl/somos/historia

4 Se refiere al Libro Blanco del cambio de Gobierno en Chile. 11 de septiembre de 1973 (Santiago de Chile: Lord Cochrane, 1973), preparado por el historiador Gonzalo Vial. Puede descargarse de https://www.bcn.cl/Books/Libro_Blanco_del_cambio_de_Gobierno_en_Chile/index.html#p=1 [N. de E.]

vol 43 | no 129 | mayo 2017 | pp. 165-186 | artículos | ©EURE

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Matus, C. (2017). Estilos de vida e imaginarios urbanos en nuevos residentes de Lastarria y Bellas Artes: el barrio patrimonial como escenario de diversidad, distinción y movilidad. Revista EURE - Revista de Estudios Urbano Regionales, 43(129). Recuperado de https://mail.eure.cl/index.php/eure/article/view/1659/1008
Matus, Christian. "Estilos de vida e imaginarios urbanos en nuevos residentes de Lastarria y Bellas Artes: el barrio patrimonial como escenario de diversidad, distinción y movilidad." Revista EURE - Revista de Estudios Urbano Regionales [Online], 43.129 (2017): s. p. Web. 27 sep. 2023