Mujeres pobladoras en la reemergencia y consolidación de las tomas de terreno de Viña del Mar, Chile
Elizabeth Zenteno. Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile.
Kimberly Sepúlveda. Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, Chile.
Katherine Johnson. Municipalidad de Quillota, Quillota, Chile.
José-Ignacio Díaz. Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile.
resumen | A partir de una revisión histórica de la construcción del hábitat en las tomas de terreno en Chile y su implicancia en los procesos de urbanización de la ciudad actual, el presente artículo discute el rol de la mujer en el agenciamiento de dichos espacios, tomando como caso de estudio asentamientos informales de la ciudad de Viña del Mar. En este sentido, y mediante la aplicación de diversas técnicas cualitativas de recolección de datos, se evidenció que la participación femenina ha logrado trascender la lógica capitalista-patriarcal. Al respecto, se identificaron algunas prácticas de especial relevancia para la configuración y desarrollo de tomas de terreno, articuladas en tres dimensiones o momentos clave: 1) la autoconstrucción del hábitat; 2) las estrategias de liderazgo y accionar político; y 3) las prácticas de cuidado comunitario.
palabras clave | campamentos, asentamientos humanos, movimientos sociales.
abstract | Through a historical review of the construction of the “urban habitat” in squatter land plots in Chile, this paper attempts to, firstly, highlight the relevance of these areas in the urbanization processes of present-day cities. The paper focuses on the role of women in the formation of agency within these urban spaces, focusing on informal settlements in Viña del Mar, Chile as a case study. The study uses diverse qualitative research and data collection methods. Results show that female leadership in these spaces has been able to go beyond the capitalist-patriarchal rationale. Additionallys, leadership has been able to develop a series of practices that have become particularly relevant for the establishment and development of these informal settlements. These practices can be highlighted through three dimensions or key milestones: 1) the self-led construction of the urban habitat; 2) leadership and political action strategies; 3) community care-work practices.
keywords | slums, human settlements, social movements.
Recibido el 14 de mayo de 2021, aprobado el 26 de junio de 2021.
E-mails: E. Zenteno, elizabeth.zenteno@upla.cl | K. Sepúlveda, kcsepulveda@uc.cl | K. Johnson, katty.johnsondebernardi@gmail.com | J. Díaz, ignacio.diaz@upla.cl
Introducción
La autoproducción de vivienda es un capítulo importante en la historia social de Chile. Desde mediados del siglo XX, los movimientos sociales de pobladores abrieron para las masas pobres un acceso a la ciudad y a la vivienda. El triunfo de la Unidad Popular en 1970 inauguró una nueva etapa favorable para las y los pobladores, pues se instauró la idea de que la vivienda era un “derecho” que el Estado debía garantizar (Garcés, 2011) Ello llevó –entre otras situaciones– a la proliferación de las tomas de terreno tanto en Santiago como en las principales ciudades del país, que llegaron a más de trescientas durante el gobierno de Salvador Allende. La toma fue una acción colectiva organizada que significó, en la práctica, una fractura radical con las lógicas institucionales de acceso a la vivienda (Cortés, 2014; Salazar, 2006). Desde la autodeterminación y autogestión se disputaron modelos alternativos de acceso a la ciudad, cuya organización apuntaba no solo a la obtención de vivienda, sino a la transformación social (Valdés & Weinstein, 1993). Con el tiempo, esas tomas de terreno dieron origen a las llamadas “poblaciones emblemáticas”.
En plena dictadura, durante la década de 1980, se implementó el Programa Nacional de Erradicación, el cual pretendía el “saneamiento de campamentos” a través del traslado masivo de familias a viviendas nuevas, situadas en las periferias de las ciudades. Estos traslados masivos desde los campamentos hacia las viviendas sociales, frecuentemente violentos y llevados a cabo mediante una fuerte represión, tuvieron dos importantes implicancias para la continuidad del movimiento social. La primera es que fragmentó la organización social, trasladando a diferentes barrios y en comunas muy lejanas a familias provenientes del mismo territorio (Labbé & Llévenes, 1986; Morales & Rojas, 1986). Una segunda implicancia fue que la mayor parte de los pobres urbanos pasó a ser propietario de una vivienda social otorgada por los programas habitacionales. Se instauró un nuevo modelo de acceso a la vivienda, que favorecía la acción individual (premiando, por ejemplo, el ahorro familiar), mientras que reprimía con fuerza los modelos colectivos. De este modo, los pobres urbanos comenzaron a participar en uno de los bastiones fundamentales del sistema imperante: el endeudamiento.
Durante la década siguiente, con el recuerdo vívido de la represión atravesada durante la dictadura, las tomas de terreno parecían haber desaparecido. De la mano de un modelo de política de vivienda neoliberal, centrado en la satisfacción de la demanda familiar y la construcción masiva de viviendas de bajo costo y sin servicios (Özler, 2012), se creó la ilusión del “fin de los campamentos” (Skewes, 2005). Esta ilusión tuvo tal repercusión que a inicios del milenio incluso se llegó a hablar de la erradicación del último campamento, para referirse a la toma de Peñalolén, cerrada el año 2006 (Salcedo, 2010). Por lo demás, con la llegada de la democracia, el movimiento de pobladores perdió protagonismo (Cortés, 2014).
Ahora bien, reconociendo la importancia que han tenido los y las pobladoras en la práctica, como movimiento social urbano que ha aportado a la construcción de las ciudades, y también en la teoría social urbana, en tanto actor colectivo, Cortés (2021) se pregunta si efectivamente el histórico movimiento de pobladores ha salido de la escena urbana o si bien se ha reconfigurado. Angelcos y Pérez (2017) ven la reemergencia del movimiento de pobladores en los nuevos movimientos sociales urbanos. Por otra parte, también es posible evidenciar la herencia del movimiento de pobladores en las urbes contemporáneas a través de las tomas de terreno que nuevamente están ocurriendo en las ciudades chilenas. A pesar de la ilusión del “fin de los campamentos” (Skewes, 2005), durante la primera década del 2000 las tomas de terreno comenzaron a reemerger de manera silenciosa (Bailey & Zenteno, 2015). Pino y Ojeda (2013) evidencian cómo, mediante prácticas de apropiación y autoconstrucción, se crearon formas de hacer ciudad en las quebradas de Valparaíso. En contraposición al silencio de las primeras décadas, el año 2012 emergieron en el panorama urbano algunas tomas de terreno tan mediáticas como la Felipe Camiroaga (Viña del Mar), cuyas organizaciones reivindican el derecho a la vivienda y a la autoconstrucción. Y, además, estas nuevas tomas de terreno están teniendo un nuevo elemento: el protagonismo femenino.
A pesar de la evidente feminización de los liderazgos en la reemergencia del movimiento de pobladores, la literatura académica reciente ha sido vaga en develar el rol clave de las mujeres en estos espacios. El lugar que ocuparon las mujeres en la consolidación de los primeros asentamientos informales, y luego en la lucha contra la dictadura, fue develado por Cáceres (1993). De la misma época, destaca el trabajo de Teresa Valdés y Marisa Weinstein (1993), quienes se esfuerzan en destacar la importancia que tuvieron las mujeres pobladoras en dichos asentamientos, especialmente en la organización de ollas comunes y centros de madres. Sin embargo, el desarrollo académico-científico reciente ha tendido a generalizar sus análisis en la construcción del sujeto “poblador”, incorporando en esta categoría –gramaticalmente masculina– a las pobladoras y, por esa vía, dejando en la oscuridad su protagonismo en la historia social urbana. Esta particular invisibilización no solo ha desestimado la gestión y agenciamiento femenino, sino también ha convertido a “los pobladores” en el elemento central, casi único, de la lucha (Hutchison, 2006). En ese sentido, este trabajo se propone profundizar el rol de las mujeres en la producción de las ciudades, indagando para ello en la experiencia de mujeres pobladoras en las tomas de terreno, poniendo énfasis en sus estrategias para construir hábitat, así como en las formas vinculadas al cuidado colectivo que toma su accionar político, como una forma de resistencia y organización.
Esta investigación se ha centrado en Viña del Mar, la ciudad con mayor número de campamentos en Chile. Con más de trescientos mil habitantes, la ciudad ha dado cuenta de un progresivo aumento en la población residente en tomas de terrenos durante los últimos veinte años. Esta forma de habitar se instaló entre los cerros de manera silenciosa y escondida de la mirada pública (Zenteno Torres et al., 2020). En la actualidad, se cuentan 83 campamentos situados en la ciudad, donde residen 9138 familias (TECHO-Chile, 2021). Así, el propósito de este artículo es analizar los modos en los que se ejerce la participación de mujeres pobladoras en los campamentos de Viña del Mar desde tres perspectivas, desarrolladas en tres acápites: 1) la autoconstrucción del hábitat (“Construyendo”); 2) las estrategias de liderazgo y accionar político (“Consolidando”); y 3) las prácticas de cuidado comunitario (“Cuidando”). Este trabajo es el resultado de más de seis años de investigación cualitativa en seis campamentos de la ciudad.
Asentamientos informales desde el urbanismo subalterno y feminista
Los productos de la informalidad urbana tienen distintas denominaciones en cada uno de los países de América Latina en que ella ocurre, ya sean villas de emergencia, villas miseria o asentamientos en Argentina (Bettatis, 2009); tugurios, barriadas o asentamientos humanos en Perú (Torres & Ruiz-Tagle, 2019); favelas en Brasil (Maricato, 2003); tomas de terreno o campamentos en Chile. Todos dan cuenta de una particular forma de habitar “al margen de la ley”, incumpliendo los estándares y criterios establecidos por la legislación civil y urbanística (Fernandes, 2008). En general se da una enorme heterogeneidad en sus características entre los distintos países respecto de, por ejemplo, el tamaño de sus asentamientos: mientras en Brasil o Argentina se cuentan asentamientos de más de 10.000 familias, en Chile el asentamiento más grande tiene alrededor de 1600. De hecho, para que un asentamiento informal o campamento en Chile se considere oficialmente como asentamiento precario, se requiere “de 8 o más hogares que habitan en posesión irregular un terreno, con carencia de al menos 1 de los 3 servicios básicos (electricidad, agua potable y sistema de alcantarillado), y cuyas viviendas conforman una unidad socio territorial definida” (Ministerio de Vivienda y Urbanismo [MINVU], 2019a, diapo. 5). Por su parte, más de la mitad de los campamentos en Chile tiene menos de cien familias (TECHO-Chile, 2021).
Dado el alto costo de la ciudad formal en Latinoamérica, un elemento central en la discusión sobre asentamientos es la tenencia de la tierra. Habitar los asentamientos informales implica la apropiación y asignación del espacio urbano a través de un mercado alternativo de tierras y el despliegue de estrategias alternativas de provisión pública (Chanampa & Lorda, 2020). Si bien gran parte de los asentamientos informales están situados en terrenos públicos, esta modalidad de toma de terrenos no es única, pues los asentamientos se instalan en terrenos con diferente tenencia. Incluso, algunos se encuentran divididos entre terrenos públicos y privados, lo cual determina las posibles estrategias de regularización. Roy y Alsayyad (2004) puntualizan que, a pesar de que los asentamientos informales estén situados inicialmente en terrenos ya sea públicos o privados, en fases posteriores existe una tendencia a privatizar la informalidad, lo cual se va transformando en modalidades híbridas de acumulación informal en el marco de Estados neoliberales.
Caldeira (2017) enfatiza en que este tipo de urbanización –a la cual denomina urbanización periférica– involucra distintas formas de agenciamiento. Los residentes son agentes de su urbanización, no simplemente consumidores del espacio creado por otros. Ellas y ellos construyen sus viviendas y barrios paso a paso, en concordancia con los recursos disponibles que pueden ser utilizados en la autoconstrucción. En este proceso de permanente mejora y adaptación a las necesidades familiares, la casa sería el destino de las precarias y ocasionales inversiones familiares. Este tipo de urbanización, propia de las ciudades del sur global, crece y germina sin planificación alguna; simplemente se crean y recrean escenarios posibles, no homogéneos. Este proceso de autoconstrucción del propio hábitat también involucra una particular temporalidad, dado que las viviendas y los barrios se construyen de a poco, a lo largo de extensos espacios de tiempo, en los que sus residentes van haciendo continuas mejoras y adaptaciones, según sean sus necesidades o posibilidades. Estos espacios nunca están terminados; siempre son alterados, adaptados y expandidos (Caldeira, 2017).
Así, los asentamientos informales son una forma de acceso a la ciudad que ya está consolidada en la historia social de América Latina. Como mencionan Torres y Ruiz-Tagle (2019), la ciudad popular latinoamericana se produce a partir de una lógica informal, se habita de modo ilegal y se construye de modo irregular. En este sentido, resulta paradójico que una parte importante del desarrollo académico los denomine como “asentamientos irregulares” o “asentamientos informales”, pues ello implica que interpretan estas formas de habitar, ampliamente difundidas en el sur global, como si fuesen una anomalía.
Entonces, apelando a que en Latinoamérica las tomas de tierra o asentamientos informales son parte de un proceso de producción urbana alternativo y autogestionado altamente expandido, en este trabajo se recurre a la propuesta de Roy (2011, 2018) respecto del urbanismo subalterno, pues provee una mirada de los asentamientos informales como un territorio fértil de habitar. Roy (2011) entiende que hay diferentes tipos de informalidad urbana, pero que, sin embargo, algunos son designados como “formales” por el Estado, mientras que otros son criminalizados. Esta diferenciación sería una expresión de la estructura de poder y de clase que organiza una infraestructura, otorgando servicios y legitimidad a unos, mientras se los niega a otros. Se entiende que la urbanización informal, insurgente, subalterna es parte de una difundida forma de habitar en las ciudades del sur global, reconociendo que la denominación de un determinado territorio como legítimo de ser ocupado está relacionado con la colonialidad del poder (Quijano, 2000), que facilita la relegación de los grupos subalternos a la “ilegalidad” e informalidad (Cruz & Silva, 2019; Farrés & Matarán, 2014). Esta relación colonial define, desde una perspectiva eurocéntrica, las formas “legítimas” de hacer ciudad, mientras que todas las otras formas posibles son catalogadas como primitivas, bárbaras, sin belleza alguna (Dussel, 2018).
Este trabajo propone revisar propuestas teóricas que superen el colonialismo en los estudios urbanos, además de avanzar hacia una comprensión feminista de los territorios. En este sentido, se hace necesario evidenciar algo que el urbanismo feminista viene señalando desde hace varias décadas: que las ciudades no son un escenario neutro, sino que hombres y mujeres experimentan grandes desigualdades en relación con cómo viven y perciben las ciudades (Soto Villagrán, 2016). En efecto, los estereotipos de género se expresan en representaciones geográficas de tipo binario y dicotómico, que separan el territorio en espacios público-privado, trabajo-hogar, reproductivo-productivo (Soto Villagrán, 2011). Esta distinción dicotómica entre lo público y lo privado es problemática, ya que sugiere roles definidos para cada género y le asigna un espacio físico territorial a cada uno, restringiendo la posibilidad de participación en la esfera pública y política a las mujeres, tradicionalmente asociadas a la esfera privada (Ossul-Vermehren, 2018), y expulsando a los hombres de la esfera doméstica.
Desde la economía feminista se plantea que el trabajo doméstico o de reproducción es fundamental para que el trabajo de producción se realice; es decir, que no hay trabajo productivo sin trabajo reproductivo (Federici, 2018). Ocurre, sin embargo, que en nuestras sociedades el trabajo de producción es remunerado, mientras que el trabajo doméstico –de la esfera reproductiva– no lo es. Frente a ello, pensar en la ciudad feminista tiene varias implicancias inmediatas. Hayden (1980), por ejemplo, propone superar el tradicional vínculo de la mujer con el hogar y apuntar a construir infraestructura urbana que permita la ejecución de las tareas reproductivas en el espacio público.
Pensar los campamentos desde el urbanismo feminista implica también pensar en los cuidados que se despliegan en la ciudad, considerando tanto a quienes cuidan y a quienes son cuidados, así como en las profundas desigualdades de género que las tareas de cuidado involucran. En Chile, por ejemplo, la población urbana destina un promedio de 4,56 horas en un día de semana al trabajo no remunerado. Pero mientras los hombres dedican un promedio de 2,74 horas al trabajo de cuidado no remunerado en un día de semana, las mujeres destinan al mismo 6,07 horas (Segovia & Rico, 2017). Esta enorme diferencia tiene implicancias en la vida cotidiana de quienes ejercen las tareas de cuidado, pues ocuparse de tales quehaceres conlleva tiempo y dedicación, lo cual estaría limitando las oportunidades de quienes cuidan para realizar otras actividades, sean remuneradas o no remuneradas.
Metodología y casos de estudio
En el presente artículo se exponen los resultados de una investigación cualitativa realizada entre 2014 y 2020 en campamentos de la ciudad de Viña del Mar, región de Valparaíso (Figura 1). El estudio combina investigación etnográfica con estrategias de investigación cualitativa tradicionales. Del total de 83 campamentos de la ciudad, este estudio realizó un muestreo teórico (Flick, 2007), seleccionando seis: Manuel Bustos (1647 hogares), Felipe Camiroaga (669), Villa Oriente-Reñaca Alto (663), Monte Sinaí (266), Granadilla IV (44) y Villa Esperanza II (23). En esta muestra se intentó resguardar heterogeneidad respecto del año de formación del campamento y diversidad de tamaños (incluyendo tanto campamentos pequeños como grandes).
Para realizar el trabajo en los campamentos que son parte de la muestra, se utilizaron distintas técnicas de investigación; entre ellas, la realización de entrevistas a pobladoras y dirigentes; observación participante en instancias comunitarias, tales como actividades recreativas y reuniones de comités, entre otras; y la realización de un conversatorio virtual, el año 2020, en el que participaron mujeres dirigentes. En total se realizaron diecinueve entrevistas cualitativas, cantidad que varió entre los distintos campamentos de acuerdo con la cantidad de comités de vivienda existentes en cada uno de ellos.
Dentro de nuestro devenir investigativo, identificamos tres dimensiones o momentos clave. En el primero, los comités de vivienda, encabezados en su mayoría por mujeres, que se propusieron resolver los problemas existentes en relación con las necesidades básicas –agua, luz, alcantarillado–, además de gestionar estrategias para enfrentar los intentos de desalojo por parte de Carabineros. A este momento lo denominamos “Construyendo”. En una segunda dimensión/momento, el interés de las pobladoras se centró en la conformación de una comunidad, con el interés de construir barrios sólidos y unidos, reconociendo la fragilidad del tejido social dentro de los territorios con posterioridad a la dictadura. A este momento lo denominamos “Consolidando”. El tercero se centró en la necesidad de luchar por un espacio en la ciudad a través de procesos de urbanización, tanto con el objetivo de quedarse en sus respectivos territorios, como el de ser partícipes de las políticas públicas habitacionales. En este momento, que llamamos “Cuidando”, se despliegan diversas estrategias de cuidado y protección de la comunidad ya consolidada. Esta distinción entre momentos es una expresión analítica, pues aun cuando a veces puede haber una secuencialidad temporal entre ellos, no necesariamente finalizan para dar comienzo al siguiente, ejerciéndose simultáneamente en muchas ocasiones: las pobladoras se ocupan del cuidado mientras se construye el campamento. En los siguientes apartados profundizaremos en cada una de esas dimensiones.
figura 1 | Campamentos ciudad de Viña del Mar
Fuente: Observatorio de Ciudades UC (OCUC), 2021
Construyendo: el rol de las mujeres en la autoconstrucción del hábitat
Una característica común en las tomas de terreno es que la comunidad misma se ha encargado de diseñar y construir tanto las propias viviendas como los terrenos y el entorno urbano que habita, recurriendo al ingenio y la creatividad tanto para esas tareas como para desplegar y utilizar todos los recursos a su disposición. En América Latina en general, los asentamientos se desarrollan a partir de ocupaciones colectivas o individuales, a veces con el apoyo de distintas organizaciones civiles u ONG, y van generando progresivamente las condiciones básicas para residir y habitar en ellos (Magliano & Perissinotti, 2020).
En Chile, las motivaciones que impulsan la decisión de vivir en un campamento son diversas. En algunos casos, las familias han tenido algún acercamiento a las viviendas sociales entregadas por el Estado, pero han experimentado cierto desencanto como consecuencia de las malas condiciones de infraestructura, ubicación y la manera impositiva y excluyente de llevar estos procesos (Ducci, 1997; Morales Martínez et al., 2017; Zenteno Torres et al., 2020). En otras ocasiones, la radicación en campamentos se relaciona con la vulnerabilidad en cuanto a ingresos familiares y problemáticas al interior del hogar (violencia intrafamiliar, hacinamiento, otros), además de la larga espera para acceder a la vivienda social y el alto costo de los arriendos (MINVU, 2019b). En este contexto, las mujeres experimentan un mayor grado de vulnerabilidad, producto de la desigualdad de género. En ese sentido, por ejemplo, las pobladoras nos relatan cómo las situaciones de violencia intrafamiliar o la separación, además de la inexistencia de redes de apoyo, motivó la decisión de vivir en un campamento.
El habitar en una toma de terreno ha estado asociado mediáticamente a una extrema pobreza. Estos territorios, marcados dentro del panorama urbano como marginales y excluidos, se transforman en el foco de la política pública como sujetos “pobres” y “pasivos” (Abufhele, 2019). Sin embargo, investigaciones recientes dan cuenta de cómo los asentamientos informales contemporáneos y sus residentes están lejos de esa figura descrita por la teoría de la marginalidad y el Estado. Al contrario, sus residentes son más bien actores complejos, con capacidad de agencia y conocimientos que, a la vez que responden a una búsqueda de un espacio en la ciudad, construyen lógicas de organización urbana que no solo se centran en la materialidad de la vivienda, sino que la trascienden (Imilan et al., 2020).
A pesar de que la literatura reciente da cuenta de la importancia de reivindicar la imagen del “poblador”, dentro de la historia social de la construcción de asentamientos informales se ha tendido a acallar los relatos de las pobladoras. Esta invisibilización responde a la persistente y ya conocida identificación de los hombres con la esfera pública, mientras que a las mujeres se las vincula tradicionalmente con la esfera privada (Hutchison, 2006). El sistema patriarcal ha producido prácticas desiguales, pues históricamente ha marginado a la mujer a su “condición natural”, circunscribiéndola a la esfera del hogar y valorando su rol en lo reproductivo (Cobo, 2005), reflejando con ello jerarquías de género que influencian a los hombres y mujeres en sus prácticas laborales, familiares y organizacionales. En este contexto, dentro de las experiencias de construcción de ciudad, las mujeres han luchado constantemente por aportar en los procesos de deconstrucción de las lógicas patriarcales. Al mismo tiempo, han demostrado el papel que desempeñan dentro de los procesos de autoconstrucción (Rodríguez & Arqueros, 2020). En la Figura 2 se muestran algunos registros históricos de las mujeres en la autoconstrucción de sus territorios.
figura 2 | Mujeres en la autoconstrucción de asentamientos informales en la ciudad de Viña del Mar. Fotografías de pobladoras del campamento Manuel Bustos desempeñando un rol activo en la conformación de viviendas y en la gestión urbana del territorio
Fuente: Fotografías de los autores
A lo largo del presente trabajo se ha podido registrar el rol que han tenido las mujeres en los campamentos, lo que permite dar cuenta de cómo han levantado sus comunidades, trascendiendo aquellas lógicas patriarcales que reducen su rol en la vida social a lo reproductivo. Así, las pobladoras mencionan cómo decidieron ir a tomarse un terreno, incluso cuando no contaban con el apoyo de sus parejas. La toma de un terreno, el traslado de materiales para las construcciones e, inclusive, las permanentes resistencias frente a intentos de desalojo, son hechos que forman parte de los recuerdos de las mujeres:
Si había que ir a buscar agua, vamos a buscar agua; si había que picar algo, piquémoslo; si había que pelear con carabineros porque nos sacaban el cable de la luz, peleábamos. Hacíamos mil cosas. (Ana, campamento Monte Sinaí, 2014)
Esta situación es recurrente en los asentamientos, donde la provisión de servicios básicos, como el agua potable, la electricidad o la recolección de residuos, es objeto de preocupación constante, más aún allí donde el acceso a los servicios urbanos depende, en gran medida, de la organización de la comunidad (Besana et al., 2015). En ese contexto, la acción de las mujeres pobladoras se ve enmarcada en el presente, en la temporalidad de lo inmediato y de la urgencia para la continuidad de la reproducción de la vida. Pero también su accionar se proyecta hacia el futuro, buscando transitar desde “el mundo de la necesidad” al de la “libertad”, bajo estrategias de sobrevivencia que incluyen un conjunto de voluntades para que sus hijas e hijos no vivan las mismas privaciones (Valdés & Weinstein, 1993). Así, la lucha por la vivienda y el equipamiento urbano se enmarca en una doble temporalidad, con un sentido de inmediatez y otro sentido de proyección futura.
Construir su propia casa, al tiempo en el que se habita el lugar, tiene serias dificultades para las familias; más aún si esta construcción debe considerar la provisión de servicios básicos (agua potable, electricidad y alcantarillado) e infraestructura urbana (calles, pasajes, espacios públicos), que usualmente son otorgados por el Estado. De esta forma, la autoconstrucción del hábitat tiene sendas implicancias en la vida cotidiana de sus residentes, las cuales se enmarcan en esta lucha diaria por resolver las necesidades de forma inmediata. En ese sentido, al cumplir labores asociadas a lo doméstico y ser quienes están constantemente presentes en el territorio, son las mujeres quienes están más conscientes de la vulnerabilidad familiar y comunitaria (Hiner, 2019) y, por consiguiente, las que gestionan estrategias colectivas para la resolución de las necesidades inmediatas. Así, por ejemplo, en los relatos de las pobladoras de los campamentos de Viña del Mar emerge la planificación para “colgarse” de las matrices de agua y de la luz, o también de gestionar los trabajos para instalar, de manera irregular, las tuberías para el alcantarillado. Ana, pobladora del campamento Monte Sinaí, nos relata que “la mujer tiene mucho que aportar, porque es una la que vive y la que sabe cuál es la necesidad de acuerdo al sector en que uno está” (2014).
Desde esa misma línea, son las acciones señaladas las que permitieron a las mujeres pobladoras crear vínculos de solidaridad y pensar en nuevas formas de construir ciudad. Entonces, así como la vivienda no fue la principal reivindicación del movimiento original de pobladoras y pobladores, tampoco lo es para estas nuevas generaciones de pobladoras, que ven en las luchas por la ciudad elementos más complejos y que se anclan a otras esferas de la vida social. En definitiva, este trabajo apuesta por centrar la mirada en la vida comunitaria y en los cuidados como ejes centrales en la construcción de los territorios.
Consolidando: estrategias de liderazgo y articulación en la autoconstrucción del hábitat
La construcción de campamentos es un proceso complejo que implica no tan solo la toma de terrenos, sino también su posterior organización. Esta organización ha implicado la articulación de redes dentro (entre residentes) y fuera del campamento (instituciones públicas, ONG, partidos políticos, otros). De hecho, la organización y la coordinación de acciones colectivas directas para demandar al Estado el cumplimiento de los derechos cívicos formal y socialmente consagrados como fundamentales, como el derecho a la vivienda, constituyen por excelencia los motivos de la acción política (Magliano & Perissinotti, 2020). En este sentido, en el presente estudio hemos podido rescatar los testimonios de mujeres pobladoras respecto de los grandes desafíos que tuvieron que enfrentar en cuanto a su configuración como actoras políticas.
En general, en los campamentos de la ciudad de Viña del Mar, después de la toma de terreno, se procedió a la creación de la primera unidad organizativa dentro de los territorios: los comités de vivienda. Tales entidades son unidades funcionales reconocidas por el Estado, las cuales buscan agrupar a pobladoras y pobladores de los campamentos, establecer los cimientos de la comunidad desde distintos ámbitos y constituirse en un canal formal de información y negociación con las instituciones públicas. En algunos casos, la organización de los comités de vivienda ocurre de manera previa a la decisión de tomarse un terreno; en otros, con posterioridad a la ocupación, respondiendo más bien a la necesidad del momento. En cualquier caso, su formación significó un cambio importante al interior de los territorios, dado que permitió consolidar el tejido social en ellos. Ahora bien, si el comité de vivienda es la organización social, la sede del comité es la representación física de la organización comunitaria. En este sentido, un momento trascendental en la historia de los comités de vivienda es la construcción de sus sedes comunitarias, las cuales son el principal espacio de encuentro, al facilitar la realización de asambleas, actividades de recreación, mesas de trabajo en conjunto con distintos actores sociales, entre otras.
Tú te das cuenta que la sede es nuestra primera casa; entonces es donde tú tienes todo, y la idea es que la gente tenga un ejemplo, de verdad, de vida; de que esta es su primera casa en donde puede estudiar, donde puede venir a relajarse, donde puede, no sé poh, si quiere venir a tomarse un té, si quiere sentarse, si quiere hablar de sus problemas, no sé, tantas cosas que le pueden pasar a uno cotidianamente, tanto al adulto como al niño. (Catalina, campamento Manuel Bustos, 2017)
Teniendo en cuenta la importancia que alcanzan las sedes comunitarias, las mujeres pobladoras se han empeñado en construir no solo sus viviendas, sino también sus sedes, aportando con el trabajo físico para levantar esta especie de “vivienda común” (Figura 3). Así, nos comentan que, en algunos casos, debido a que los hombres trabajaban en la semana y, por tanto, podían contribuir en la construcción solo los fines de semana, las sedes comunitarias fueron levantadas por ellas. En este sentido, se devela un fuerte protagonismo de las mujeres pobladoras en la construcción de comunidad, a nivel tanto social como físico.
A través de su posicionamiento en las organizaciones sociales, las mujeres pobladoras han disputado las lógicas patriarcales presentes en el territorio (Hiner, 2019; Rodríguez & Arqueros, 2020), en tanto son quienes develan y, muchas veces, resuelven las necesidades del mismo, convirtiéndose en constructoras, carpinteras y maestras en los saberes tradicionalmente asociados a “lo masculino”; son agentes activas que toman y ejecutan las decisiones relacionadas con el territorio. En ese sentido, su posicionamiento refiere a la autonomía para administrar el quehacer y convivir en la toma de terreno tanto identificando las carencias del territorio en cuanto a los servicios básicos, como también problematizando las necesidades de cuidado, formación académica y oficio, desarrollo personal, alimentación y seguridad de la comunidad. De esta manera, las mujeres pobladoras trascienden el espacio privado del hogar hacia el espacio público, desarrollando una forma de hacer ciudad que problematiza el territorio desde una perspectiva comunitaria y de género. Sin embargo, este protagonismo no ha estado exento de tensiones, las cuales se hacen evidentes en la etapa de consolidación, donde los liderazgos comienzan a aparecer y a disputar espacios de poder. Ejemplos de ello son las tensiones que generan distintas formas de liderazgo entre dirigencias o la oposición de sus parejas frente al largo tiempo que implica la participación comunitaria. Si bien dichas tensiones dificultan la agencia de las mujeres, no las condicionan a desprenderse de esta responsabilidad social-comunitaria. Y ello aunque la posición como activista política barrial y el protagonismo en la construcción y organización del espacio, han sido vistos como un abandono de su rol como mujeres-madres-esposas, e inclusive, como un acto de rebeldía frente a los roles de género impuestos por el patriarcado.
Aquí los hombres lo odiaban, porque de primera nosotros pasamos todos los miércoles, las mujeres nos juntábamos (...) pero siempre con “ah ya, vas para la sede”, “ya se pusieron más leonas”. Y yo decía no poh, si uno se casa es para compartir con la pareja, es para ayudarse, para tomar decisiones juntos, ¿por qué el otro te tiene que mandar? (...). Entonces también se pusieron medias choras ellas también, y a imponerse; hoy día están todas aleonadas. Entonces yo les he traído talleres importantes, de que crezcan como personas, que ellas se desenvuelvan. (Catalina, campamento Manuel Bustos, 2017)
figura 3 | Espacios de organización, encuentros y consolidación comunitaria del hábitat. Fotografías de plazas autoconstruidas en el mismo terreno donde se ubican las sedes sociales del campamento Felipe Camiroaga, Viña del Mar
Fuente: Fotografías de los autores
Paradójicamente, así como la participación laboral de las mujeres no las exime de sus responsabilidades familiares, vinculadas a las tareas de reproducción, tampoco lo hace su participación en la política barrial. De esta forma, su quehacer dentro de las organizaciones sociales se ha establecido desde el triple rol que desempeñan allí: “el trabajo reproductivo, de crianza y educación de los hijos, el trabajo productivo como proveedora de ingresos, y el trabajo de gestora barrial en procura del mejoramiento de las condiciones de vida en su comunidad” (Araos, 1992, p. 26), lo cual da cuenta del complejo panorama que enfrentan dentro del territorio.
Ser madre, ser jefa de hogar, de todo, me ha tocado de todo, que mi marido igual le ha tocado trabajar afuera y he tenido que compartir mi tiempo para no dejar a mi familia también de lado, que fue lo que me pasó. Entonces ahora, como te decía, no es un trabajo ni de dos ni de tres, es un trabajo de seis. Y si la comunidad apoya, es más. Entonces ahí en la casa tú cumples igual tu rol, de mamá, de dueña de casa, de estar con tus hijos, te das el tiempo de salir con ellos. (Angélica, campamento Felipe Camiroaga, 2014)
Sin embargo, a pesar de las tensiones que genera la participación de las mujeres dentro de las organizaciones sociales, su interés por seguir integrándose en estos espacios no ha cesado, sino que, al contrario, se ha desarrollado con más fuerza. En este contexto, dentro de los procesos de consolidación del territorio, las pobladoras apostaron por responder a objetivos que buscaban continuar construyendo espacios de encuentro que consideran a toda la comunidad, tanto a niñas, niños y adolescentes como adultos y adultos mayores. Así, además de las sedes sociales, se construyeron bibliotecas comunitarias, plazas y canchas dentro del territorio. En muchos casos, los campamentos buscaron el apoyo de organizaciones externas para contribuir a los procesos de autoconstrucción del hábitat. En el relato de las pobladoras, por ejemplo, destaca la figura de la ONG TECHO-Chile, la cual, además de su labor en la construcción de los espacios físicos, contribuyó a la mejora de las condiciones de habitabilidad, ya sea a través de la instalación de estanques de agua para facilitar el acceso a dichos elemento, o la realización de huellas peatonales para enfrentar los crudos inviernos vividos en los campamentos. TECHO-Chile también apoyó la unión de los distintos comités de vivienda dentro de un mismo campamento, lo cual les ha permitido constituirse como actores fundamentales en la construcción de ciudad. De hecho, es este mismo proceso el que ha permitido que hoy en día podamos hablar de la urbanización en Viña del Mar.1
Así, podemos entrever cómo la organización social va tomando forma. En la actualidad, esta ha logrado ir más allá del territorio mismo, y ha permitido formar redes con otros campamentos de la ciudad y de la región, constituidas a partir de relaciones recíprocas de solidaridad y aprendizaje continuo. De esta manera, se ha facilitado el desarrollo de una experiencia dirigencial de las mujeres, marcada por liderazgos, preocupada por enseñar a otras mujeres, construir lazos de cooperación y relevar ciudadanías insurgentes, construyendo su participación política no tanto en la plaza pública, sino más bien en las prácticas domésticas y cotidianas de su vida, en la que van construyendo su habitar (Holston, 2009).
En contextos de urbanización, las preocupaciones de las mujeres pobladoras se agudizan. Entre estas destaca la inquietud por el futuro de las organizaciones sociales, pues, como comenta una de las dirigentes del campamento Manuel Bustos:
Yo sé que los vecinos participan en las reuniones porque tienen interés en obtener los papeles de su casa, en la regularización y en la pavimentación de las calles, todo eso. Pero ¿qué va a pasar cuando nos urbanicemos? ¿Los vecinos van a seguir participando? Los problemas no se van a acabar con la urbanización. (Nota de campo, campamento Manuel Bustos, 2017)
Desde esta misma línea, el interés por la conformación de una comunidad sólida y unida, que permita desafiar la fragilidad del tejido social producto de las políticas públicas habitacionales desarrolladas durante los últimos años, sigue en pie, y se hace más potente con la idea de urbanización. Asimismo, y como profundizaremos en el siguiente apartado, las preocupaciones de las pobladoras trascienden la materialidad de la vivienda, enfocándose en aspectos que se vinculan a las prácticas de cuidado desde distintas aristas: salud, educación, bienestar familiar, situación laboral, entre otras.
Cuidando: cuidados comunitarios en las nuevas tomas de terreno
Un tercer aspecto dentro de las prácticas dirigenciales de las mujeres en los territorios subalternos son los cuidados. En los campamentos o tomas de terreno, las organizaciones comunitarias asumen tareas que en otras zonas de la ciudad están a cargo del Estado. El cuidado de niños, la provisión de bibliotecas o reforzamiento escolar, son aspectos que usualmente se resuelven con los jardines infantiles o escuelas. Sin embargo, ante la carencia de infraestructura urbana en los campamentos, las organizaciones sociales son responsables del cuidado de las familias. Esta responsabilidad recae usualmente en las mujeres, dado que las organizaciones sociales son generalmente lideradas por ellas, quienes efectúan la mayor parte de los trabajos de cuidado, tanto en la familia como en las comunidades (Comas-d’Argemir, 2017).
Históricamente, las mujeres en las poblaciones han tenido un rol fundamental en el cuidado, por ejemplo ayudando a solventar las necesidades alimentarias de la comunidad por medio de la organización de comedores infantiles primero, y realizando ollas comunes después. Si bien estas eran instancias que históricamente extendían el rol tradicional otorgado a la mujer, al mismo tiempo se las reconocía como espacios para desarrollar y forjar lazos con la comunidad. Según Valdés y Weinstein (1993), las ollas comunes tienen un antecedente inmediato en los comedores populares que organizó la Iglesia católica en medio de la crisis económica tras el golpe de Estado de 1973. Entre 1975 y 1976 se expandieron por distintas poblaciones, de manera tal que, en 1976, funcionaban 263 comedores solo en Santiago. Más adelante, y debido a los intensos temporales de 1982, el surgimiento de nuevas ollas comunes se intensificó, cuando las familias comenzaron a cocinar juntas y levantaron formas de organización social que se abocaron a la resolución de un problema tan básico como la alimentación diaria de quienes no podían hacerlo con medios propios. Sin embargo, con la mayor disponibilidad de recursos durante la década de 1990, las ollas comunes fueron desapareciendo, quedando en la memoria histórica de las organizaciones sociales.
Otros espacios de participación de mujeres en las antiguas tomas de terreno eran las Juntas de Abastecimiento y Control de Precio, así como distintos talleres de costura y manualidades, aunque la instancia organizacional en que más se destacó la presencia de pobladoras fue la de los centros de madres. Bajo el supuesto de que el rol apropiado para la mujer era el de madre-esposa, se entendía que la participación en los centros de madres servía para perfeccionar dicho rol. Aun así, son reconocidos como uno de los primeros espacios de participación de la mujer en el ámbito público (Weinstein, 1996). Paralelamente se produjo un cierto grado de empoderamiento de la mujer, puesto que en los centros de madres se enseñaba a leer y escribir (Hiner, 2019). En definitiva, al desempeñar actividades organizacionales, las mujeres pobladoras articulaban sus prácticas en un tránsito entre el espacio privado y el espacio público, disputando la dicotomía geográfica del espacio impuesta por el sistema patriarcal (Rodríguez & Arqueros, 2020).
En los campamentos contemporáneos, las mujeres pobladoras tienen una particular preocupación por problemáticas vinculadas a la educación, la salud y el trabajo. En ese sentido, dentro de sus relatos aparece de manera constante la inquietud por el acceso a la salud, la disponibilidad de libros escolares o la cesantía en la población. Las pobladoras plantean múltiples estrategias para enfrentar estas dificultades, entre las cuales destacan las gestiones por llevar la educación a los campamentos a través de instancias de nivelación de estudios, y lograr así que sus residentes cumplan con la educación obligatoria. También durante los últimos años se han desarrollado múltiples capacitaciones laborales, orientadas a aquellas familias cuyos miembros carecen de alguna especialidad y presentan dificultades para entrar al mundo del trabajo. Por lo general, estas actividades son realizadas en las sedes comunitarias, que se constituyen, a su vez, como espacios de encuentro y se conforman como el centro de la comunidad.
Nosotros como comité hemos tratado de implementar ayudas, hemos levantado cursos para que ellas [las mujeres] se sigan desarrollando. (Luisa, campamento Felipe Camiroaga, 2014)
Otra de las preocupaciones constantes de las pobladoras es proveer de oportunidades para que niños y niñas tengan una infancia feliz en el campamento. En este sentido, la creación de espacios de juegos o actividades lúdicas es un ítem importante dentro de las actividades que organizan los comités de vivienda. Así, por ejemplo, una de las dirigentes del campamento Monte Sinaí comenta que en el diseño de la sede se contempló un espacio para que niños y niñas pudieran jugar mientras sus padres y madres se encontraban en reunión. En otros campamentos se ha trabajado en la construcción de bibliotecas comunitarias con espacios exclusivos para material didáctico. Y en una de las sedes del campamento Manuel Bustos, incluso, construyeron una ludoteca que contiene diversos juegos y también busca poner a disposición de niñas y niños todos los libros que son requeridos en el programa escolar.
Porque es como que soy la mamá, como te digo, porque siempre me he enfocado a ver a los niños y a los jóvenes, me vi tan involucrada con ellos que, de repente, veinticinco, treinta niños en mi casa. (Carolina, campamento Villa Esperanza, 2014)
Más aún, en el contexto de la pandemia por Covid-19, las mujeres dirigentes se han encargado de cuidar a la población en distintos aspectos. Han organizado la búsqueda activa de casos de contagio en la población a través de la instalación de servicios de toma de exámenes PCR en alguna sede comunitaria y han realizado la distribución de mascarillas y alcohol gel.
Nosotras somos la red asistencial de la familia; nosotras nos preocupamos si alguien necesita pañales, si alguien está contagiado, de llevarle lo que necesita para que no salga a la calle. (Camila, campamento Manuel Bustos, 2020)
Así, durante la pandemia y ante la insuficiente respuesta del Estado frente a la magnitud de la crisis sociosanitaria, las personas han tenido que encontrar estrategias de ayudas comunitarias; es ahí cuando, a través de los saberes colectivos y territoriales, se ha comenzado a suplir y cuidar efectivamente a sus habitantes (Jirón, 2020).
Pero el elemento de más trascendencia en este periodo ha sido la reemergencia de las ollas comunes en los territorios (Figura 4). Con la grave crisis económica que ha producido la pandemia, durante el año 2020 las ollas comunes reemergieron en diversos territorios, retomando un saber y una memoria anclada en las bases de las organizaciones sociales barriales. Del mismo modo que en las ollas comunes de los años setenta, en su versión contemporánea son principalmente mujeres quienes ejecutan diariamente las labores de obtención de insumos, preparación y distribución de los alimentos. Nuevamente, esta forma particular de activación femenina frente a la crisis pandémica se entiende a la luz del modelo hegemónico de división sexual del trabajo, que asigna a los hombres el trabajo de producción, mientras que a las mujeres las labores de reproducción de la vida y de cuidado. Tales roles construyen estereotipos que naturalizan lo femenino asociado a mujer-madre, ama de casa y esposa. Frente a un Estado que no se ocupa de la protección y aseguramiento del sustento mínimo, son ellas quienes se encargan de cuidar a su población. Sin embargo, esto implica al mismo tiempo una carga familiar, muchas veces culposa, pues les significa dejar “abandonado” su rol de madre-esposa, para ocuparse de los liderazgos en sus comunidades.
En este sentido, sobre las mujeres recae la tarea de maximizar el consumo y resolver el problema de alimentación de su familia y de su comunidad. Así, problemas de alimentación o cuidados familiares, usualmente asociados a la “esfera privada”, se resuelven en la “esfera pública”, implicando un proceso de politización bajo la premisa feminista de “lo personal es político” (Kirkwood, 2017; Millet, 1995): las mujeres, en su papel de cuidadoras, defienden espacios que les permitan el sostenimiento de la vida familiar y comunitaria. Finalmente, la apropiación de la ciudad implica para estas mujeres pobladoras romper la férrea distinción entre lo público y lo privado, para solventar las necesidades de la vida cotidiana (Comas-d’Argemir, 2017), las cuales, más allá del derecho a la vivienda, remiten a disputas por el acceso a la salud, a la educación, al transporte –en definitiva, a los cuidados–, y lo trascienden.
figura 4 | La organización política y social del cuidado femenino en campamentos. Fotografías de las labores de cuidados ejecutadas por las pobladoras durante la emergencia sociosanitaria Covid-19 en el campamento Manuel Bustos, Viña del Mar
Fuente: Archivo Observatorio de Participación Social y Territorio, Universidad de Playa Ancha (UPLA)
Consideraciones finales
A través de este trabajo, es posible evidenciar elementos del movimiento de pobladores de mediados del siglo XX en los campamentos que han venido reemergiendo en los cerros de Viña del Mar durante las últimas décadas. Después de analizar sus diversas dimensiones, creemos que efectivamente es posible identificar elementos de esta tradición de organización social en las actuales tomas de terrenos. Continuando y ampliando tal tradición, en las tomas de terreno contemporáneas las mujeres tienen un rol protagónico como constructoras, agentes consolidadoras y cuidadoras de la comunidad. En las prácticas políticas de las mujeres se ponen en juego saberes que por décadas han estado presentes en el mundo de las poblaciones y que han logrado resistir a los intentos de represión y olvido. Cuando estas mujeres movilizan recursos para ocupar y construir sus viviendas, para apelar y promover la organización comunitaria o para organizar y lograr levantar una olla común, están al mismo tiempo poniendo en juego prácticas ancladas en la memoria histórica de las poblaciones.
Como hemos visto, no es casual que sean mujeres las que se ocupan de los cuidados comunitarios en los campamentos, así como no es casual que ellas hayan llegado a la necesidad de ocupar un terreno para vivir, pues ello obedece a una estructura de poder capitalista-patriarcal que sitúa a ciertas personas en determinados lugares. Diferentes aspectos relacionados con el género y la clase se intersectan para posicionarlas a ellas, mujeres, madres, esposas, en un lugar de otorgar cuidado y protección. Así, este artículo ha buscado demostrar no solo las formas de acceder a la vivienda, sino también la estructura organizacional patriarcal que está detrás de las prácticas de autoconstrucción de la vivienda y el hábitat. En ese sentido, la evidencia de este estudio tensiona no solo la lucha por la vivienda, sino que, en general, a todo el sistema capitalista-patriarcal, que otorga ciertas responsabilidades a las mujeres como si tuviesen una labor adscrita, dada por su género. Estas responsabilidades trascienden lo doméstico y se convierten en una esfera de cuidado barrial. En este contexto, la identificación de tres dimensiones o momentos clave dentro de la trayectoria de los campamentos (construyendo, consolidando y cuidando), permite comprender en profundidad el rol que las mujeres han desempeñado durante la reemergencia de los campamentos en la ciudad.
La problemática de las tomas de terreno va más allá de la falta de vivienda, pues incorpora elementos de otras esferas, tales como las relaciones afectivas con el territorio que se habita y la necesidad de considerar las diversas desigualdades sociales y económicas que viven las y los pobladores (en salud, educación, trabajo, alimentación, u otros). Junto con tales dimensiones, en este artículo se pone en cuestionamiento las formas de construir ciudad, y ello a través de un examen que abarca tanto las motivaciones para vivir en un campamento y las prácticas empleadas en su construcción, como la lucha por la urbanización en la cual se encuentran los campamentos que formaron parte del estudio. En este contexto, las mujeres han sido protagonistas de estas nuevas disputas por un lugar donde vivir, reivindicando el derecho a la vivienda y a la ciudad.
Se hace necesario, entonces, reconocer la enorme contribución de las mujeres en la construcción y planificación de las ciudades, así como en el cuidado de las comunidades. Este reconocimiento implica avanzar hacia una valoración –incluso económica– del trabajo que ellas realizan para la reproducción de la vida, aspecto indispensable para que las tareas de producción se realicen (Federici, 2018). En este sentido, se requiere que las instituciones públicas dejen de ver a los campamentos como “fuera de norma”, y que se reconozcan los saberes adquiridos de sus habitantes en tanto constructores y constructoras de su propio hábitat. Pero también se hace necesario incluir la esfera de los cuidados comunitarios en la planificación de las ciudades, y especialmente de la urbanización de campamentos.
Dedicatoria
Dedicado a la memoria de María Medina, dirigenta del campamento Manuel Bustos, luchadora incansable por el derecho a la vivienda digna y por la urbanización de su territorio. Su legado de mujer alegre y luchadora quedará presente en todos los campamentos de Viña del Mar.
Agradecimientos
Investigación financiada por la Agencia Nacional de Investigación, en el marco del Fondecyt Postdoctoral Nº 3190271 y por el Proyecto de la Dirección General de Investigación de la Universidad de Playa Ancha Nº 17-1718.
Se agradece el apoyo del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales de la Pontificia Universidad Católica de Chile y al Observatorio de Ciudades UC.
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1 El año 2013 se firmó el Convenio entre el Ministerio de la Vivienda y el Gobierno Regional de Valparaíso, en el cual se estipula la urbanización de 45 campamentos de la región. Posteriormente, en 2017, se comenzaron a firmar los protocolos de urbanización en distintos campamentos de la misma, los cuales estipulan los pasos que se seguirían según la situación de cada territorio.
vol 49 | no 147 | mayo 2023 | pp. 1-22 | artículos | ©EURE
doi: 10.7764/eure.49.147.01 | issn digital 0717-6236